Page 125 - Lo Inevitable del Amor
P. 125

—¡Es tu móvil! —me avisa Eugenio todavía risueño.
        —¿Sí? ¡Dígame!
        —¿Es usted María Puente? —me pregunta una voz masculina.
        —¡Sí, soy yo!
        —Le llamo del Instituto Anatómico Forense. Esta mañana ha aparecido sin
      vida el cuerpo de su madre, doña Ernesta Sánchez, en la habitación de un hotel.
        Siento  un  desgarro  similar  al  que  debe  de  producir  una  puñalada  en  el
      estómago,  una  pena  horrible.  Da  igual  cómo  definirlo,  el  caso  es  que  duele
      demasiado.
        Justo desde el mismo instante en el que sé que mi madre ha muerto, ya no
      pienso en ella, sólo la recuerdo. Ya no puedo imaginar que esta noche vendrá a
      cenar,  ni  que  se  reirá  cuando  las  niñas  bailen  alguna  coreografía  ensayada
      delante de la tele, ni volverá a cambiar las palabras a los refranes, ni a hacerme
      carabineros a la plancha… Mi madre ya no estará y siento un vacío espantoso.
      Menos mal que está conmigo Eugenio. Él se ha encargado de todos los trámites,
      aunque mi madre lo había dejado todo muy organizado. Todo estaba dispuesto
      porque había elegido desde hacía algún tiempo la forma en la que iba a morir. Lo
      ha hecho en un hotel, yéndose de una manera tan educada que ni me atrevo a
      reprocharle que adelantara su muerte y nos dejara sin su risa antes de tiempo.
        Por un minuto más con ella yo habría sido capaz de dejarlo todo. Me doy
      cuenta  ahora  de  que  no  está,  me  doy  cuenta  de  lo  mucho  que  ya  la  echo  de
      menos. Cuánto la quería, a lo mejor tuve que decírselo más veces, a lo mejor
      anoche debí darle más besos. Nunca se dan los besos suficientes, siempre se dan
      de menos por muchos que se den. De eso tienes la certeza cuando ya no puedes
      dar más.
        Me encantaría ser creyente, aunque no sé si lo soy. Ella lo era, desde luego,
      aunque no era una mujer religiosa. Decía que la religión era sólo una forma más
      de creer. Decía que había « algo» , pero que Dios era un invento. A veces yo le
      decía que era muy poco coherente comunicarse con espíritus sin creer en Dios,
      pero ella lo veía como la cosa más normal del mundo.
        Estoy con mi padre en el tanatorio recibiendo el pésame de todo el mundo
      que  ha  venido.  En  el  estudio  se  han  ido  turnando  para  venir  y  al  final  no  ha
      faltado  nadie.  Eugenio  y  Blanca  son  los  que  más  tiempo  han  estado  por  aquí.
      También  he  hablado  con  Óscar,  al  que  le  he  pedido  que  no  viniera  y  que  se
      quedara con las niñas hasta después de la incineración. También dejó dicho mi
      madre la forma en la que quería que desapareciera su cuerpo de este mundo.
        Se me ha hecho muy largo este tiempo, primero en el tanatorio y después en
      el cementerio. Qué natural es la muerte y qué nerviosa me pone pensarlo. Pero
      tanto  tiempo  y  tantos  nervios  me  han  servido  para  no  pensar  en  el  dolor.  Qué
   120   121   122   123   124   125   126   127   128   129   130