Page 89 - Abrázame Fuerte
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trofeo. Antonio es de ese tipo de hombres que refunfuñan mucho pero que a la
      hora de la verdad ladran más que muerden. Se queda callado y coge el iPad.
        —¿Le importa si entro a ver a Ana? Hemos quedado para ir al Club —dice
      Bea mientras se dirige hacia el cuarto de su amiga.
        —¡Qué club ni qué club, niña! Ana está castigada. Sabe que cogerme el iPad
      es una falta imperdonable. Lo siento, pero te tienes que ir. —El padre le corta el
      camino y hace un gesto con la mano, invitándola a que se vaya.
        —Lo entiendo, pero tiene que saber que quien cogió el iPad fui yo, y no ella.
      Vine a su casa y, sin que ella se diera cuenta, se lo cogí prestado. El ordenador de
      mi casa está roto y tenía que hacer un trabajo muy importante para el instituto.
      Ana no lo sabía. Cuando se lo conté se enfadó mucho, pero ya no podía hacer
      nada —intercede Bea, con una seguridad aplastante.
        —A  ver,  a  ver,  a  ver  si  lo  he  entendido  bien…  ¿Me  estás  diciendo  que  lo
      cogiste sin pedir permiso ni siquiera a mi hija? ¿Que lo robaste? —pregunta el
      señor Castro, a quien la actitud de Bea le parece de lo más descarada.
        —No,  señor.  Si  lo  hubiera  robado  no  se  lo  habría  devuelto.  Sólo  lo  cogí
      prestado. Sé que Ana me ha encubierto y, francamente, me parece muy injusto
      que esté castigada. Si quiere, denúncieme por robo, pero déjela salir.
        —¡Ana! —grita el padre—. ¡Ven aquí!
        —¿Sí?  —responde  ésta  abriendo  tímidamente  la  puerta  de  su  habitación,
      como si no hubiera escuchado la conversación y no supiera qué está pasando.
        —¿Es verdad esto que dice tu amiga? ¿Cogió el iPad sin que te dieras cuenta?
        Ana guarda silencio. No sabe qué responder. Bea la mira y le hace señas para
      que asienta. Al final, su amiga afirma con la cabeza.
        —Muy  bien,  hija,  puedes  salir,  pero  yo  en  tu  lugar  me  replantearía  tus
      amistades  —sentencia  su  padre  antes  de  dirigirse  a  Bea—.  Y  en  cuanto  a  ti,
      quiero que sepas que voy a llamar a tu madre y voy a hablar en serio con ella de
      este asunto.
        —Hágalo, señor Castro, pero deje salir a Ana. Por favor —suplica la chica.
        —Ya he dicho que sí. Pero no vuelvas muy tarde, ¿de acuerdo?
        Las  chicas  salen  corriendo  de  la  casa.  La  verdad  es  que  el  plan  ha  salido
      mejor de lo esperado. Suerte que Bea tiene una madre moderna a quien se le
      puede contar todo. Está al corriente de la historia y, si llama el señor Castro, ya
      sabe lo que tiene que decir. Ana se siente bien. Su amiga le ha contado que ha
      quedado  con  Sergio  para  cenar  y  ha  aprovechado  para  llevarle  el  iPad.  Es  lo
      mínimo,  pero  podría  no  haberlo  hecho.  Se  despiden  con  un  abrazo,  y  Ana  se
      marcha hacia el parque, donde se encontrará con Silvia y Estela.
      Minutos antes, en casa de Silvia
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