Page 169 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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le hizo llevar presentes para así cautivarla y apropiarse de ella. Pero,
a causa del recuerdo de tu padre, es a ti, Ninurta, a quien ella ha
llamado primero. Por tu energía sin igual la Montaña te busca. Te
ha llamado por tu poderío, pidiendo socorro y declarando que jun
to a ti ningún héroe puede competir. Después, tras numerosas disen
siones internas, ella ha sucumbido. Y él, el Asakku, ha conspirado
con ella, ya sometida, para usurpar tu soberanía, decidido a arrogarse
los poderes, los santos me, que tú habías obtenido en el Abzu.
Estas noticias inquietaron enormemente a Ninurta, el hijo de
Enlil. Viendo que Sharur continuaba hablándole, prestó gran aten
ción a sus palabras.
— Su rostro — continuó Sharur— derrama terror por todos
lados; su rostro, desfigurado, infunde pavor. Día a día el Asakku aña
de nuevos territorios a sus dominios. Tú, por lo tanto, debes impo
nerle la argolla de los dioses, la argolla que apresa a los malvados.
¡Cabra montés celeste, que pisas con tus pezuñas la Montaña!
¿Quién alguna vez ha podido rechazar tu asalto, oh Ninurta, hijo
de Enlil?
Después de hacer una breve pausa y tomar un nuevo respiro el
Arma continuó hablando.
— Mientras tanto, el Asakku, desencadenado y poderoso, esca
paba a todo control: él no era percibido nada más que por sus
tropas incluso antes de que sus soldados pudieran verle. Conside
rables eran sus fuerzas: ninguna arma lo podía debilitar. Ni el hacha
ni la más irresistible de las flechas hacían presa en él. Jamás has teni
do frente a ti a un adversario tan agresivo. ¡Oh Señor, que reco
ges en tus brazos los augustos poderes, esplendor de los dioses y
su joya más querida! ¡Toro, construido como un uro, de riñones
sólidos, superinteligente, mi Ninurta, a quien Enki en persona ha
admirado la estatura! ¿Qué hacer, mi señor Ninurta, Uta'ulu, hijo
de Enlil?
Después de oír todo aquello, el Señor elevó un grito tal que el
cielo se estremeció y la tierra se apiñó a sus pies. Incluso Enlil, él
mismo, aterrado, quedó confuso y desertó del Ekur, su templo que
rido.
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