Page 173 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Primero,  reptó  por  el  suelo,  como  una  serpiente;  después,  brincó
    como  un perro  rabioso, dejando  correr  el sudor por sus  flancos. Al
    igual  que  un  muro  que  se  desploma  él  se  abatió  sobre  Ninurta,
    gritando  con  ronca  voz  como  en  el  día  del  Castigo.  Semejante  a
    una serpiente pitón, silbó sobre la región. Secó las aguas de la Mon­
    taña,  arrancó  los  tamariscos,  desgarró  el  cuerpo  de  la Tierra  y  lo
    cubrió  de  heridas  dolorosas. Prendió  fuego  a  los  cañaverales, bañó
    el  cielo  de  sangre. Atravesó  los  cuerpos  con flechas  y  dispersó  a las
    gentes: los  campos  se  tornaron  cenizas  ennegrecidas  y  el  horizon­
    te  se  volvió  de  color  rojo  como  la  púrpura.
       El  dios An, espantado, puesto  en  cuclillas, se  apretaba  el  vientre
    con las  manos. Enlil, temblando, corría buscando  algún rincón para
    esconderse. Los Anunna se aplastaron contra los muros, mientras que
    el Templo, asustado, gemía como las palomas. Y  Enlil, el Gran Mon­
    te, se  puso  a  gritar  a  Ninlil  desde  su  rincón:
       — Esposa  mía, ¿quién  me  sostendrá, si  mi  hijo  ya  no  está  aquí?
       Viendo  que ella no le respondía, continuó Enlil gritando  al aire:
       — ¡Ninurta, mi hijo, orgullo  del Ekur!  La noble  argolla impues­
    ta a los  enemigos por su  padre, el  Cedro  que  arraigó  en  el Abzu y
    cuya frondosidad produce  una sombra  muy vasta, mi  hijo, mi  apo­
    yo  y  confort, si  ya  no  está  aquí, ¿quién  va  a  cogerme  la  mano?
       Los  temores  de  Enlil  no  eran  infundados, pues  Sharur, el Arma
    fiel  y  dócil  a  su  Señor,  era  la  que  le  había  informado  de  cómo
    estaba  la  situación. El Arma  mágica  había  ido  a  Nippur, a  llevarle
    a  Enlil  la  noticia  del  peligro  al  que  se  exponía  Ninurta.
       Allá a lo lejos, en la Montaña, mientras tanto, una furibunda tem­
    pestad  envolvía  al  hijo  de  Enlil  como  una  tela  y  lo  sacudía  como
    a  un  árbol. Y  el Asakku  acabó  por  cubrirle, retorciéndole  como  se
    hace  con  una  soga  de  esparto.
       El Arma  Sharur  hablaba  en  estos  términos  a  Enlil:
       — Venerable Enlil, el Asakku  ha  capturado  a tu  hijo. No  se  sabe
    qué  va a  ocurrir. Ya le  advertí  a  tu  hijo  de  que  su  empresa  era una
    locura. ¿Qué  consejo  puedes  darme?  ¿Qué  quieres  que  le  diga?
       Enlil  le  respondió:
       — He  lanzado  mi  mirada  contra la Montaña, donde  no  penetra
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