Page 257 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Es ella quien ha dispuesto la matriz y quien va a disponer la este­
    ra. Y  cuando  se  prepare  el  lecho  para  el  parto,  marido  y  mujer  se
    separarán.  Pero,  cuando  se  vuelvan  a juntar,  la  diosa  Ishtar  estará
    alegre  en  la  cámara.  Nueve  días  durarán  los  regocijos  y  se  invoca­
    rá en su  transcurso  a  Ishtar bajo  el nombre  de  Ishara, esto  es, «dio­
    sa  del  amon>.


       Pérdida  de  23  líneas.  Hay  que  suponer  que,  desarito  el  natímiento  de
       las  gentes,  el  texto  se  centraría  en  comentar  los  primeros  días  de  la
       Humanidad,  dedicados sobre  todo  al  trabajo,  a fin  de liberar de  tal car­
      ga  a  los  dioses.


       Creados  ya los  seres humanos, éstos  se  empezaron  a  organizar y
    a  cumplir su  tarea. Confeccionaron nuevos zapapicos y azadas, des­
    pués edificaron grandes diques de irrigación para subvenir a su ham­
    bre  y  a la  comida  de los  dioses.


       Nueva  laguna  de  12  líneas.


       Poco  a  poco  los  hombres  comenzaron  a  prosperar.  Pero  aún
    no  habían  transcurrido  1.200  años  cuando  he  aquí  que  el  terri­
    torio  había  aumentado  en superficie  y  la población  multiplicada.
    Como  un  toro  el  país  tanto  vociferó,  hizo  tan  grandes  ruidos
    que  el  dios  soberano  fue  incomodado  por  el  alboroto.  Cuando
    Enlil  hubo  oído  aquel  clamor,  se  dirigió  a  los  grandes  dioses  y
    les  dijo:
       — El  clamor  de  los  seres  humanos  se  ha  convertido  en  algo
    pesado. No  puedo  dormir debido  al ruido  que hacen los  hombres.
    Ordenad, pues,  que  les  sobrevenga  la  epidemia.
       Siguiendo  aquella  indicación,  los  dioses  lanzaron  aquella  cala­
    midad, que  causó  numerosos  desastres.
       Sin  embargo, existía un  tal Atrahasis, sabio  y  además muy hábil,
    devoto  de Enki, que  podía  hablar con  su  dios, el  cual  lo  aceptaba,
    gustosamente, como  interlocutor.
       Un  día Atrahasis  se  dirigió  a su  señor:
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