Page 258 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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— ¿Cuánto tiempo  durará esta epidemia? ¿Se nos impondrá para
       siempre  esta  enfermedad?
          Enki  se  dirigió  a su siervo  y le  contestó:
          — Convoca en la puerta de tu casa a los ancianos y diles: «Ancia­
       nos, escuchadme. Acudid  al  palacio, ordenad  a los  pregoneros  pro­
       clamar  con  potente  voz  en  el  país  lo  siguiente: “ ¡No  rendid  más
       honores a vuestros dioses, no imploréis más a vuestras diosas! Única­
       mente  tratad  de  buscar  la  puerta  de  Namtar,  el  dios  de  la  peste.
       Sólo  a este  dios llevadle vuestras  ofrendas cocidas. Estas ofrendas, la
       harina  tostada,  le  agradarán  y  confundido  por  tantos  presentes
       detendrá  su  mano, suspenderá  su  acción  maléfica.”»
          De acuerdo  con estas instrucciones Atrahasis reunió  en su puer­
       ta  a  los  ancianos  y  dirigiéndose  a  ellos  les  transmitió  las  palabras
       que  le  había  dicho  Enki.
          Los  ancianos  escucharon  su  decir  y  edificaron  en  la  ciudad  un
       santuario  para  Namtar  y  ordenaron  a  los  pregoneros  proclamar  la
       consigna  recibida  de  parte  de Atrahasis.  De  hecho,  todas  aquellas
       ofrendas le agradaron  al dios, quien, confundido  por tantos presen­
       tes, suspendió su acción maléfica. La epidemia abandonó a los hom­
       bres y  a  continuación  pudieron prosperar.

          El final  de  la  tablilla presenta  la pérdida  de  dos  líneas.


          No  se  habían  consumido  aún  1.200  años  cuando  el  territorio
       quedó ampliado en su superficie y la población multiplicada. Como
       un  toro, el  país  tanto  vociferó  que  el dios soberano fue incomoda­
       do  por  el  alboroto.  Cuando  Enlil  hubo  oído  aquel  rumor  se  diri­
       gió  a  los  grandes  dioses  y  les  dijo:
          — El ruido  de los seres  humanos se ha convertido  en algo inso­
       portable. N o  puedo  dormir  con  ese  escándalo.  Cortadles, pues, sus
       víveres y que las plantas nutritivas se vuelvan más escasas. Que Adad,
       el  dios  del  tiempo, reduzca a la nada sus lluvias y que la  crecida  de
       las  aguas, allá en la tierra, no llegue  más  allá  de  sus fuentes. Que  el
       viento  caliente  vaya  a  agostar  el  suelo.  Que  las  nubes  se  conden­
       sen,  pero  sin  dejar  caer  la  menor  gota  de  agua.  Que  los  campos



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