Page 261 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Enlil  no  dudó  en  efectuar  diferentes  reproches  a  Enki,  dicién-
   dole:
      — Todos nosotros, los grandes Anunnaki, habíamos tomado uná­
   nimemente  un  compromiso: Anu  y Adad vigilarían las  regiones  de
   arriba; yo  controlaría  la  tierra, abajo.  Pero,  después  has  intervenido
   tú, Enki, para liberar a los hombres y les has  desligado  de  sus  cade­
   nas.  ¡Y  encima  has  distribuido  abundancia  entre  las  gentes!
      Enlil,  dirigiéndose  ahora  a  su  paje,  de  nombre  Nuska,  le  dijo:
      — Que  se  me  traigan  aquí  a los  dos  cómplices  que  han  ayuda­
   do  a  Enki y  que  me  los  introduzcan  en mi  presencia.
      Se les hizo, pues, entrar, y  dirigiéndose  a  ellos, Enlil, el valiente,
   les  dijo:
      — Todos  nosotros,  los  grandes  Anunnaki,  habíamos  tomado
   unánimemente  un  compromiso; pero  vosotros, cómplices  de  En­
   ki,  habéis  intervenido  en  favor  de  los  humanos.  Les  habéis  libe­
   rado  de  sus  cadenas y les habéis  permitido  encima buenos  rendi­
   mientos.

      Las últimas  15 lineas de una columna de texto y las  35 de la siguien­
      te  impiden  conocer con  detalle  la  reacción  del  dios  Enlil,  quien,  cansa­
      do  de  ver que sus  deseos  de eliminar a  la  humanidad no se llevaban  a
      término,  convoca  a  los grandes  dioses  y  les  comunica  su fórmula  para
      terminar de  una  vez por todas  con  los  hombres: el  envío  de  un  Dilu­
      vio. Antes  les  recuerda  que  todas sus  órdenes  habían  sido  desoídas.


      — ¡Sí! — continuó  diciendo Enlil— . Adad volvió  a descargar sus
   lluvias y el verdor inundó las praderas, al tiempo que recubría el cie­
   lo  con  nubes  repletas  de  agua.  ¡No!  No  alimentéis  más  a los hom­
   bres, no  les  facilitéis  grano.
      Mientras  estaba  hablando  así  Enlil, en  una  esquina  de  la Asam­
   blea  de  los  dioses, Enki  se  hallaba  sonriendo.  Cansado  de  hallarse
   sentado  en  su  esquina,  oyendo  aquellas  palabras, la  risa  le  sobrevi­
   no  a  Enki.


      Nueva  laguna  de  cuatro  líneas.


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