Page 337 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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— «Oh  grandes  dioses,  me  ordenasteis  hacer  esta  hueste.  Inclu­
     so  escupisteis  en  la  suciedad  de  mis  uñas  para  que  yo  la  creara.»

        — Cuando llegó  el Año  Nuevo  del  cuarto  año, de  acuerdo  con
     las  sagradas instrucciones  de Ea, el consejero  de los  grandes  dioses,
     ofrecí  los  santos  sacrificios  propios  del Año  Nuevo.  Llamé  a  los
     adivinos  y  les  di  órdenes.  Consagré  un  cordero  para  cada  uno  de
     los  siete  dioses, preparé  las  santas  mesas  de  ofrendas,  interrogué  a
     los  grandes  dioses:  Ishtar,  libaba,  Zababa, Anunitum, Hanish,  Shu-
     llat y  Shamash,  el  héroe. Los  adivinos  me  hablaron  así:


        Pérdida  de  tres  líneas. A  esta  laguna  seguiría  la  breve  evocación  de  un
        combate.

        — Las  hachas  hicieron  correr  la  sangre. De  entre  ellos,  12  gue­
     rreros huyeron  para  escapar de  mí. Yo  me lancé  en  su  persecución
     a  toda  prisa. Logré  capturarlos y los  traje prisioneros. Entonces me
     dije  así, hablándome  a  mí  mismo:
        — «Yo  no  los  puedo  matar sin  consultar  el  oráculo.»
        — Llevé  a  cabo  la  consagración  de  un  cordero: la  respuesta  de
     los  grandes  dioses  me  ordenó  su  perdón, el  tener  clemencia  con
     ellos. Desde  lo  más  hondo  de  los  cielos, me  hablo  así la  santa  Dil-
     bat, esto  es,  Ishtar:
        — ¡Me  dirijo  a  ti,  Naram-Sin,  nieto  de  Sargón!  ¡Deténte!  ¡No
     aniquiles  esa  casta  maldita!  En  los  tiempos  futuros, Enlil  la  consa­
     grará  para  la  desgracia.  Sus  gentes  están  reservadas  para  el  enfure­
     cido  corazón  de  Enlil. Todos,  en  su  ciudad,  serán  muertos,  se  les
     incendiará y se les  asediará en  sus  casas, se  vertirá su  sangre. La  tie­
     rra disminuirá sus cosechas, la palmera datilera su producción. Todos
     morirán  en  la  ciudad  de  esos  guerreros. Ellos  harán  que  la  ciudad
     esté  contra la ciudad, la casa contra la casa, el padre contra el padre,
     el hermano contra el hermano, el hombre contra el hombre, el ami­
     go  contra el compañero. Nadie dirá a su prójimo la verdad, las gen­
     tes  sólo  aprenderán  falsedades,  sólo  emitirán «insensateces.  Su  ciu­
     dad,  enemiga  de  sí  misma,  perecerá,  y  una  ciudad  enemiga  se


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