Page 54 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Como  era  de  esperar,  en  contra  de  los  consejos  de  su  madre,
    Ninlil tomó  un baño  en la vía  de agua pura. También se paseó por
    el «Canal principesco».Y el señor de mirada brillante, tal como había
    indicado  Nunbarshegunu,  puso  los  ojos  sobre  la  hermosa joven.
    Sí,  el  «Gran  Monte», el  venerable  Enlil  se  fijó  en  ella.
       — Quiero  abrazarte  — le  dijo  el  señor.
       Ninlil  le  rechazó.
       — Quiero  besarte  — insistió  Enlil.
       La joven  diosa  rehusó.
       — Soy  demasiado joven para  unirme  a  un  dios. N o  sé  nada  del
    amor.  Si  mi  madre  se  entera,  ella  me  castigará, si  mi  padre  llega  a
    saberlo,  me  arrojará  fuera  de  casa. Además  — añadió  Ninlil—   mis
    amigas  se  burlarían  de  mí.
       Enlil, ante aquella negativa se dirigió a su visir Nusku para pedir­
    le  consejo.  Con  vehementes  palabras  le  hizo  partícipe  del  deseo
    que  sentía  por la  bellísima  Ninlil.


       — Nusku, visir  mío,  mi  arquitecto  del  Ekur,  el  templo  preferi­
    do  de  Nippur. Amo  a  esta joven cita, tan  agradable, tan  radiante. A
    Ninlil, tan  agradable, tan  radiante, nadie la  ha  abrazado, nadie  la  ha
    besado. ¿Qué  debo  hacer  para  atraerla  hacia  mí?
       Nusku,  en  muy  poco  tiempo,  le  procuró  a  su  señor  una  gran
    barca  con la que podría surcar las vías  de agua de  Nippur con toda
    rapidez. Sería un instrumento que permitiría a Enlil, desde las aguas,
    seguir  los  pasos  de  Ninlil.
       Días  más  tarde,  cuando  el  dios  advirtió  que  Ninlil  paseaba  a
     orillas del «Canal principesco», subió a la barca y deslizándose silen­
     ciosamente  por las  aguas  del  cañaveral  que  crecía  en las  orillas, sal­
     tó  a tierra y abrazó y besó  a  Ninlil. El venerable  Enlil, a  continua­
     ción, en un ribazo  del canal abusó de la diosa. Depositó  en su seno
    la semilla  del  que  llegaría  a  ser, nada menos  que  Sin-Ashimbabbar,
     el  dios  luna, el  de  nacimiento  brillante.
       Aquella  acción inmoral fue  conocida  en  el  Consejo  de los  dio­
     ses. Y   un  día,  mientras  Enlil  se  entretenía  midiendo  los  terrenos
     del  Kiur, uno  de  los  santuarios  de  Nippur, los  grandes  dioses, cin-


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