Page 63 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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príncipe  que  partía  para  visitar  sus  tierras.  Pusieron  sus  pies  en  el
     santo  lugar, lugar  incomparable,  reservado  al  venerable  Enki, y  en
     él  efectuaron  abluciones, estancia  tras  estancia. Purificaron  el Abzu,
     el  noble  santuario, aspeijándolo  con  largas  ramas  de  enebro, planta
     santa.
        — Después  de  preparar  la  pasarela  de  Eridu, la  que  conducía  al
     muelle  espléndido, y una vez anclada la «Corona rebeco  del Abzu»,
     en  aquel  mismo  muelle, santo  y  prestigioso, prepararon  el  oratorio
     sagrado. Allí  recitaron  infinidad  de  plegarias  para  Enki.
        — A  continuación  se  levantó  en  el  Abzu  el  gran  estandarte,
     hecho  para  que,  como  quitasol  protector,  recubriese  con  su  som­
     bra  el  territorio  entero  y  tranquilizase  a  las  gentes. Dominando  la
     laguna, se  erigió  el  gran  mástil, enhiesto  sobre  el  universo. Enki, el
     gran  príncipe  del Abzu,  de  pie  sobre  su  barca,  dio  las  últimas  ins­
     trucciones  para  la partida.
        —Magnífico, cual  un árbol  mes, crecido  en  el Abzu, él, que para
     Eridu,  el  santo  lugar,  el  lugar  incomparable  había  reservado  los
     poderes  más  sublimes,  el  altísimo  inspector  de  la  tierra,  el  hijo  de
     Enlil,  empuñó  el  bichero  sagrado.
        — AI fin, el  capitán  Nimgirsig, frente  al señor, levantó  su bastón
     de  oro,  al  tiempo  que  los  cincuenta  lahamu — los  cincuenta  dioses
     primigenios  que  habitaban  en  las  aguas—   se  dirigían  a  Enki  rin­
     diéndole  homenaje.  Los  remeros,  cual  pájaros  hagam,  procedieron
     en  sus  asientos  a  impulsar la  barca  con  rítmicos  golpes  de  remo.
        —Al  cabo  de  la  navegación  Enki,  el  venerable,  se  detuvo  en
     Sumer  a  fin  de  que,  tras  su  visita,  la  abundancia  prevaleciese  por
     todos  los  lugares. Sin  más  dilación  se puso  a  determinar  el  destino
     en  estos  términos:
        — «¡Oh Sumer, gran país, territorio infinito, cubierto con una luz
     indefectible, dispensador  de  normas  a  todos  los  pueblos  de  Orien­
     te y  Occidente!  Sublimes  e inaccesibles  son  tus poderes y  tu  cora­
     zón  insondable  está  lleno  de  misterio. Tu  habilidad  inventiva,  que
     puede hacer infantiles incluso a los dioses, es tan imposible de alcan­
     zar  como  el  mismo  cielo. Tú  generas,  cual  matriz  verdadera,  no
     sólo  a  reyes  a  los  que  ciñes  con  diadema  auténtica, sino  también  a


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