Page 66 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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— Enki se  ciñó  entonces la diadema  de  la soberanía y se  cubrió
     con  la  noble  tiara  real.  Después,  habiendo  tocado  el  suelo  con  su
     mano  izquierda, la  opulencia  brotó  de  la  tierra.
        — Enki, rey  del Abzu, puso  al  frente  de  los  dos  ríos  al  que  tie­
     ne el bastón en su derecha, al que declama alegremente palabras dis­
     puestas a entremezclar las aguas del Tigris y del Eufrates, al que hace
     rezumar la prosperidad del palacio, como rezuma el aceite, a Enbilu-
     lu, el  inspector  de  los  canales.


        — A  continuación  llamó  a  la  laguna,  que  se  llenó  de  carpas  y
     de peces sahur, invocó  al cañaveral que se  enriqueció  de  cañas, tan­
     to  verdeantes  como  secas. A  aquél, a  cuyas  redes  no  escapa  ningún
     pez,  a  quien  ningún  animal  se  le  escapa  de  las  trampas,  a  quien
     ningún  pájaro  se  le  escapa  de  los  lazos,  a  Nanna,  querido  por  los
     peces, lo  puso  al  frente  de  la  laguna.

        — Entregados  aquellos  encargos,  Enki  levantó  un  templo,  her­
     moso  y  laberíntico  santuario:  lo  erigió  en  pleno  mar. Era  un  san­
     tuario  fantástico,  de  planta  tan  complicada  como  una  trenza,  cuya
     parte inferior parecía la constelación de Pegaso y la alta la del Carro,
     cubierto  con  una  ola  agitada  y  dotado  de  un  resplandor  sobrena­
     tural. Dada  su majestuosidad, ¡los  propios Anunna, los  grandes  dio­
     ses, no  se  atrevían  ni  siquiera  a  acercarse!
        — El  palacio  estalló  en  alegría,  los  Anunna,  puestos  de  pie,  se
     hallaban  rogando  e  invocando  ante  aquel  templo  marino.  Luego,
     para  Enki  levantaron  un  alto  y  suntuoso  trono.
        — En  suma,  el  gran  príncipe  llenó  de  riquezas  el  Ekur,  la  resi­
     dencia  de  Enlil,  templo  que  gracias  a  él  quedó  sumergido  en  la
     alegría que poco  antes  había  estallado. Asimismo, Nippur, la  ciudad
     donde  se  levantaba  el  Ekur,  estuvo  en  regocijo.
        — A  aquella  que  cabalga  en  el precioso  santuario, a la  que  pro­
     picia  el  apareamiento,  la  gran  ola  marina,  la  marejada,  la  gran
     corriente  surgida  de  las  huecas  olas  del  mar,  a  la  señora  de  Sirara,
     Nanshe,  la  venerable,  la  puso  al  frente  del  mar  en  toda  su  ampli­
     tud.
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