Page 79 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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edificado  casas. Entre  tus  compañeros  que  viven  en los  alrededores
     de  la  ciudad,  los  hay  que  han  excavado  pozos.  Entre  ellos  podrás
     encontrarla.


        Tiempo  después, en  la  ciudad  se  organizó  una  fiesta. Una  fies­
     ta  por  todo  lo  alto  se  organizó  en  la  ciudad  de  Ninab.
        — ¡Venid, amigos!
        — ¡Vayamos  allí,  vayamos  allí!  ¡Vayamos!  ¡Acerquémonos  a  las
     tabernas  de  Ninab!
        El  dios  Numushda  asistía  también  a  la  fiesta.  Se  hallaban  igual­
     mente  presentes  su  hija preferida, de  nombre Adnigkidu, así  como
     su  esposa, la  graciosa  Namrat.
        En  la  ciudad  resonaban  los  cuatro  excitantes  gongs  de  bronce
     y  retumbaban,  en  eco,  los  siete  tambores.  El  oficiante,  revestido
     tan  sólo  de  un  taparrabos, presentaba  unas  ofrendas  a  Numushda
     en  el  santuario. Y  en  el  templo  de  Ninab,  le  entonaban  cancio­
     nes.
        Martu, ya  maravillado  al  oír  en  la  lejanía  el  sonido  de  los  ins­
     trumentos  musicales,  llegó, pues,  a  Ninab  en  el  momento  en  que
     la  fiesta  alcanzaba  su  momento  álgido.  Llegó  a  Ninab,  totalmente
     admirado,  cuando  la  fiesta  estaba  en  su  mejor  momento,  una  vez
     que  el  oficiante  se  había  vuelto  a  vestir con  sus  ropas  talares.
        En  el  templo  de  Ninab, por  otra  parte,  tenían  lugar  combates
     de  pugilato  y  de  lucha, todos  ellos  espectaculares. Martu, ya  en  el
     gran  patio, a la  vista  de  aquellos  luchadores, determinó  tomar  par­
     te  en  el  torneo, buscando  enfrentarse  con  los  más  potentes  adver­
     sarios,  deseando  provocar  a  los  más  vigorosos  rivales.  Martu  deci­
     dió  aquello  en  el  gran  patio  del  templo.
        Y     luchó  de  modo  victorioso,  sabiendo  dosificar  sus  choques  y
     encuentros  con sus  adversarios, a los  que dejaba tendidos por todos
     los  lugares  del  gran  patio.
        El  dios  Numushda,  encantado  con  el  coraje  de  aquel púgil, en
     el  gran  patio  de  Ninab  le  ofreció  a  Martu  plata  como  recompen­
     sa, pero  él  no  la  quiso. Le  presentó  piedras  finas, pero  tampoco  las
     quiso.


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