Page 81 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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INANNA Y  ENKI

       Uno  de  los  más  largos  mitos sumerios  (alrededor de  800  versos  inscri­
       tos  en  dos  tablillas),  literatamente  de poca  calidad,  recoge  la  entrega  de
       los poderes  — los  me—   del  dios  Enki  a  la  diosa  Inanna,  convirtién­
       dose con ello en una divinidad absoluta. Redactado  hada el 2000 a. C.
       su contenido hace referencia a conceptos mucho más antiguos a esa fecha.
       El mito tiene una importanda capital, dado que permite conocer los decre­
       tos  divinos  que posibilitaban  la  vida  sumeria.  Su  enumeración  viene  a
       constituir el  balance civilizador de aquella  cultura.  Lamentablemente,  el
       comienzo  γ  algunos  que  otros pasajes  se  han perdido.

       Inanna, tras  pasar  unos  alegres  días  con  Dumuzi, decidió  enca­
    minarse  a  la  ciudad  de  Eridu  y  presentar  sus  respetos  al  gran  dios
    Enki,  residente  en  el Abzu. Mediante  una  sentida  plegaria  espera­
    ba  obtener de  él algunas prerrogativas  o  leyes, sobre  todo  de  carác­
    ter  práctico,  que  daban  sentido  civilizador  a  la  vida,  y  de  las  que
    no  había  podido  disfrutar  durante  su  estancia  en  la  estepa junto  a
    su  amado  Dumuzi.  Con  aquellos  principios,  denominados  me,  en
    su  poder  incrementaría  también  la  prosperidad  de  Uruk,  su  ciu­
    dad, haciéndola  centro  de  todo  Sumer.
      Sola, pues,  sin  compañía  de  nadie,  se  encaminó  hacia  el Abzu
    de Eridu, palaciega mansión del  dios Enki. Hallándose  todavía  algo
    lejos del palacio, Enki, el sabio por excelencia, que tenía en su mano
    todas  las  prerrogativas,  todos  los  poderes  del  cielo  y  de  la  tierra,
    que  era  capaz  de  penetrar,  incluso  desde  lejos,  en  el  corazón  de
    todos los  dioses, y conocer así sus pensamientos y deseos, Enki, rey
    del Abzu, el  omnisciente, ante  la llegada de  la hermosa  Inanna, lla­
   mó  a  su  presencia  a  Isimu,  su  mensajero  y  paje. A  este  servidor
   suyo, muy  querido, le  dio  las  siguientes  instrucciones:
      — Ven, mensajero mío, acude ante mí y escúchame bien. Sé que
    Inanna,  sola,  se  está  encaminando  hacia  aquí, viene  a  presentarme
   sus respetos. Está ya a punto de  entrar en mi estimado Abzu. Cuan­
   do  haya  traspasado  su  umbral  dale  a  comer  las  ricas  galletas  de
   mantequilla, que se le  vierta  agua fresca, regalo para el corazón. En



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