Page 82 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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cuanto  pase  por  las  estatuas  de  los  leones  que  guardan  el  portón
    del palacio  — continuó  diciendo— , ofrécele  de  inmediato  cerveza.
    Recíbela  amigablemente, trátala  familiarmente,  como  a  un parien­
    te.  En  el  altar  sagrado,  en  la  mesa  celeste,  dale  la  bienvenida  a  la
    santa  Inanna.
       Después de haberle hablado así, Isimu se dispuso a tratar a la dio­
    sa  de  acuerdo  con  las  órdenes  recibidas  de  su  soberano.  Introdujo
    a  la joven  diosa  en  el Abzu  de  Eridu. En  tal  templo  y  palacio  fue
    introducida  Inanna.  Una vez  que  entró, la  diosa  se  deleitó  degus­
    tando  las  galletas  de  mantequilla,  bebiendo  la  fresca  agua.  Llegada
    ante  las  estatuas  de  los  leones,  Isimu  le  ofreció  cerveza.  Recibió  a
    la  diosa  con  amistad,  la  trató  con  toda  familiaridad. Ante  el  altar
    sagrado,  en  la  mesa  celeste  le  dio  la  bienvenida  a  la  diosa.
       Luego, Enki junto a Inanna se pusieron a beber en el Abzu. Con­
    sumieron  cerveza y vino  a grandes  tragos. Sus  cubiletes  broncíneos
    se  llenaban  una y  otra  vez  de  aquellas  bebidas. Una  y  otra  vez  los
    apuraban  en  animada  charla.  Si  al principio  bebieron  ruidosamen­
    te, luego  sorbían  sus  vasos  sin  prisas  ni  preocupaciones.  Bebida  la
    excelente  cerveza y  degustado  a placer  el  dulce  vino, el  dios  Enki
    dijo  a  su  mensajero y  paje  Isimu:
       — Ven  aquí, paje  mío, escúchame  bien. Por mi  poderío, por  mi
    Abzu,  jquiero  ofrecer  a la  santa  Inanna, mi  hija, sin  que  nadie  me
    lo  impida, las leyes  divinas, los  me!  ¡Serán  de  ella la  Función  de  en,
    la  de  lagal, la  Función sagrada, la Augusta  corona legítima y  el Tro­
    no  real!
       Inanna, sin  decir palabra,  aceptó  aquellos  poderes.
       — Por  mi  poderío, por  mi Abzu,  a  mi  hija  ¡quiero  ofrecerle  el
    Augusto  cetro,  el Bastón  de  mando,  el  Noble  manto,  el  Gobierno
    y  la  Realeza!
       Inanna, sin  decir palabra, aceptó  aquellos  poderes.
       — Por mi poderío, por mi Abzu — volvió a decir Enki— , ¡quie­
    ro  ofrecerle  a  mi  hija  el  oficio  de  egizi, esto  es, la  duradera  «Seño­
    ría», el  oficio  de  nindingir o  gran  dignidad sacerdotal, y los  de  ishib,
    lumah  y gudu, poderes  todos  ellos  sacerdotales!
       Inanna, sin  decir palabra, aceptó  aquellos  poderes.


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