Page 85 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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— Heme  aquí, rey  mío.  ¡Estoy a  tu  servicio!  ¡Ordéname  lo  que
     quieras!
        — ¿Dónde  están  la  función  de  en,  de  lagal,  la  Función  sagrada,
     la Augusta  corona  legítima, y  el Trono  real?
        — Rey  mío — contestó  Isimu— ,  ¡todo  ello  se  lo  has  regalado  a
     tu  hija!
        Enki, incrédulo, fue mirando  los lugares  en los  que  hasta enton­
     ces  habían  estado  depositados  los  me. Ya  no  estaban  allí.  Por  nin­
     guna  parte  veía la Verdad, ni  la  Lamentación, ni  el Arte  de  trabajar
     la  madera,  ni  la  Profesión  de  cestero,  ni  la  Fatiga,  ni...  No  había
     nada de  nada. Ningún poder se hallaba en Eridu. Comenzó  enton­
     ces  a  lamentar  amargamente  su  munificencia.  Había  quedado  des­
     provisto  de  todas  las  leyes  que  le  otorgaban  el  poder, de  todos  los
     sacrosantos  me.
        Sin  dudarlo, le  dijo  a  su  mensajero:
        — Isimu,  mi  buen  mensajero,  personaje  celeste,  ¿dónde  se  halla
     en  este  momento  la  barca  celeste  de  Inanna?
        — Está  en  el  muelle  cercano.
        — ¡Bien!  ¡Que  los  Enkum  se  apoderen  de  ella!
        Isimu, con la rapidez que era consustancial a su espíritu de men­
     sajero, dio  alcance  a la  diosa  Inanna.
        — Reina  mía,  tu  padre  me  ha  enviado  a  buscarte.  Lo  que  me
     ha dicho  es muy grave. ¡No se pueden desdeñar órdenes tan solem­
     nes!
       — ¿Qué  te  ha  dicho  mi  padre?  ¿Qué  te  ha  mandado?  ¿Cuáles
     son  esas  órdenes  tan  solemnes  que  no  se  pueden  desdeñar?
       — Enki me ha ordenado: «Inanna puede continuar a Uruk, pero
     el  barco  celeste  debes  traerlo  a  Eridu.»
        La  santa  Inanna  le  contestó:
       — ¿Cómo  ha  podido  mi  padre  cambiar su  voluntad  respecto  a
     mí,  violar  la  promesa  que  me  ha  hecho,  quebrantar  sus  órdenes
     explícitas  con las  que  me  había favorecido?  ¿Me  habría hablado  de
     modo mendaz? ¿Se habría dirigido a mí falazmente? ¿Acaso ha jura­
     do  con  mendacidad  por  «su  poderío»  y  por  su  «Abzu»?  ¿Es  por
     traición  por lo  que  te  ha  enviado  hacia  mí?
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