Page 90 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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el gran templo de Uruk. Para descender aquí abajo ella hubo de
dejar el giguna de Zabalam. ¡Hubo de salir del Eanna, hubo de salir
del giparl Y para descender aquí abajo Inanna no dudó en revestir
se con el incomparable mantón que asombra a los dioses.
N o obstante, antes de tomar contacto con la tierra acudió a Enki,
el gran dios de la sabiduría, el Señor del fundamento, para infor
marse acerca de algunas particularidades de la vasta tierra. Recibi
dos los consejos de Enki, Inanna con todo su esplendor y poderío
bajó a la tierra, recorriéndola y explorándola.
En la tierra no todo era perfecto, pues faltaban determinados ele
mentos, entre ellos, los árboles frutales. Sin que Inanna se diese
cuenta, Enki apresuradamente dio nacimiento a la palmera y con
ella dio nacimiento al primer jardín que existía en la tierra. Muy
pronto acudió a morar entre sus hojas un cuervo.
Un día, el dios Enki interpeló al cuervo, dirigiéndole estas pala
bras:
— ¡Escúchame, cuervo, tengo que decirte unas palabras! Cuer
vo, tengo que decirte una cosa. ¡Escúchame!
El cuervo prestó atención a las palabras de Enki, quien le con
tinuó diciendo:
— El afeite de los exorcistas de Eridu, que se halla depositado
en un rico ungüentado de lapislázuli, se encuentra en mi cámara
principesca. Acude a ella y allí tritúralo, pulverízalo y planta sus
restos entre los arriates, hasta el marjal de los puerros.
El cuervo, atendiendo las órdenes de su señor, acudió a la cáma
ra principesca en donde trituró y pulverizó el afeite de los exor
cistas de Eridu. Y el cuervo plantó los restos entre los arriates del
jardín, hasta el maqal de los puerros. Y, como por arte divino, nació
una hermosa palmera, de espeso follaje, ejemplar no visto jamás
por nadie.
Aquel pájaro, el cuervo, hizo el trabajo que suelen hacer los
hombres durante varios días: lanzó paletadas de tierra al aire para
distribuir los surcos, echó paletadas de tierra a ras del suelo para
arreglar el jardín. ¡Nadie había visto nunca nada igual! Así, aquel
cuervo, siguiendo las órdenes de su señor, pudo hacer crecer la sin-
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