Page 92 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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jamás  faltaba  ni  por  la  mañana,  al  mediodía  o  por  la  tarde. Aque­
     llos  árboles  detendrían  vientos  y  polvaredas.
        Un  precioso  día, la  Señora, después  de  haber recorrido  el  cielo
     y  recorrido  la  tierra,  tras  haber  atravesado  el  Elam  y  el  Shubur  y
     bordear los  sinuosos pasos  de  las  montañas, la  hieródula, totalmen­
     te  fatigada, llegó  al jardín y  en  él  se  acostó, al  amor  de  la  sombra,
     para  reposar.
        Shukalletuda,  entre  tanto,  desde  el  otro  extremo  del jardín  la
     pudo observar a escondidas. Delante de su pubis, a modo  de cober­
     tura,  Inanna  se  había  atado  los  Siete  Poderes.  Había  dispuesto  los
     Siete  Poderes  a  modo  de  cubre-sexo.
        Pero  Shukalletuda, empujado  por la  morbidez  de  las  formas  de
     Inanna, por la  belleza  de  su  cuerpo, desató  aquella  cobertura  pro­
     tectora, la  bajó  y  abusó  de  la  diosa. Tras  haberla  poseído  volvió  al
     otro  lado  del jardín.
        El  sol  salió,  apareció  el  alba, la  mujer,  entonces,  ya  despertada,
     se examinó de cerca, Inanna miró su cuerpo. Comprendió que había
     sido  ofendida. ¡Qué  catástrofe no provocó  a causa de  su sexo  ultra­
     jado!  ¡Qué  no  perpetró  la  santa  Inanna  a  causa  del  ultraje  a  su
     sexo!
        Llenó  de  sangre  todos  los  pozos  del  país, llevó  sangre  a  todas
     las  albercas  de  los jardines.  Si  un  sirviente  iba  a  buscar  leña:  era
     sangre lo  que  podía beber. Si  una  esclava iba  a llenar su  cántaro  de
     agua:  era  sangre  lo  que  ella  traería.  ¡Todos  los  hombres  no  bebían
     más  que  sangre!
        Inanna,  una  y  otra  vez, se  repetía.
        — ¡Quiero  descubrir  al  que  ha  abusado  de  mí!  Debo  encontrar
     a  mi  agresor, no  importa  dónde  esté!
        No  cesó en la búsqueda del culpable. Recorrió numerosos luga­
     res intentando localizar a su ofensor. Pero no encontró al que había
     abusado  de  ella.
        Sin  embargo,  el joven  hombre,  el jardinero,  se  fue  a  la  casa  de
     su  padre,  Shukalletuda  se  marchó  a  decir  a  su  padre:
        — Padre mío, me he dedicado a trabajar en el jardín sin descanso.
     Pero un huracanado viento me lo ha destrozado todo. Al final corn­


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