Page 91 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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guiar palmera. Se  trataba de  un  ejemplar semejante  en importancia
     a  otro  vegetal  del jardín, el  puerro, alimento  de  las  gentes.
       Tras  aquellos  trabajos, y  ya  crecido  el  árbol,  el  cuervo  remontó
     un  día  el  vuelo  y  se  subió  a  la  frondosa  palmera. Picoteó  los  dul­
     ces  dátiles,  llenó  su  pico  con  ellos. Aquella  soberbia  palmera,  que
     pudo  crecer  gracias  al  agua  que  fecunda,  árbol  inmortal, no  había
     sido  vista  nunca  por  nadie.
       Con  los  nervios  de  sus  hojas  se  podían  confeccionar  diferentes
     instrumentos,  con sus  fibrosas  hojas  se  podían  construir  esteras, sus
     serpollos  servían  como  reglas  de  medir.  No  en  vano  aquel  árbol,
     útilísimo, se  hallaba  en  las  tierras  del  rey. Sus  palmas  acompañarían
     las  ordenanzas  reales y sus  dátiles serían depositados  como  ofrendas
     en  los  templos  de  los  más  importantes  dioses.
       Ahora  bien, otro  día, Shukalletuda — tal  era  el  nombre  del jar­
     dinero—   se  hundió  en  lágrimas  y  palideció  a  causa  de  la  tristeza.
     Había  regado  adecuadamente  los  arriates,  dispuesto  los  bancales  y
     preparado  los  conductos  de las  aguas. Sin embargo, nada había  cre­
     cido  en  el jardín. ¿Por  qué?
       Un  huracanado  viento  lo  había  arrancado  todo,  todo  lo  había
     desarraigado.  ¡Cuántos  desastres  causó  aquel  viento  impetuoso!
     Incluso  el polvo  de las montañas  había golpeado, sin piedad, el ros­
     tro  de  Shukalletuda  hasta  el  punto  de  inflamarle  los  ojos. A  pesar
     de  ello,  el jardinero  hubo  de  desescombrar  todo  el jardín  sin  des­
     canso.
       Elevando  sus  ojos,  en  medio  de  su  fatigoso  trabajo,  y  ya  de
     noche,  contempló  las  estrellas  de  Oriente.  Mirando  hacia  el  cielo
     contempló  las  estrellas  de  Occidente. Tuvo  cuidado,  asimismo,  de
     los  espíritus  que  rondaban  acechando,  aislados. Analizó  las  señales
     de  los  demonios  que  vagabundeaban  solitariamente. Aprendió  los
     presagios  inscritos  en  el  cielo, vio  cómo  había  que  aplicar las  leyes
     divinas,  estudió  las  decisiones  de  los  dioses. Todo  ello  para  que  su
    jardín  no  volviera  a  ser  destruido  por fuerzas  adversas.
       Después, tras  comprender signos  y presagios, primero  en  cinco,
     luego  en  diez  lugares  inaccesibles  del jardín  plantó  una  hilada  de
     umbrosos  árboles  sarbatu\  álamos  de  espesa  fronda,  cuya  sombra


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