Page 159 - El nuevo zar
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presidencia de Yeltsin en cada oportunidad. La posición de Putin de pronto
pareció precaria: especialmente luego de que una prominente diputada liberal
de San Petersburgo, Galina Starovóitova, fuera asesinada solo tres días
después de la conferencia de prensa de Litvinenko.
Starovóitova era una etnógrafa que había ganado protagonismo durante la
perestroika como campeona de los derechos de los muchos grupos étnicos de
Rusia. Ella y Putin nunca fueron cercanos, pero sus caminos se cruzaron en
San Petersburgo en la década de 1990, y ella conocía bien a Sobchak y su
esposa. En septiembre de 1998 apareció en un programa de televisión que
tenía un nombre acertado para la época, Los escándalos de la semana, y
sugirió que las nuevas filtraciones sobre acusaciones criminales contra
Sobchak parecían ser un intento por desacreditar al nuevo director del FSB, es
decir, Putin. Ella hizo notar que, oficialmente, Sobchak seguía siendo solo un
testigo en una investigación, no un sospechoso. Únicamente una conspiración
profundamente cínica podía de algún modo salpicar a Putin, pensaba ella.
«No lo descarto, aunque por supuesto es ridículo.»[49]
En la noche del 20 de noviembre, Starovóitova regresó a su piso sobre el
canal Griboyédov con un asistente, Ruslán Linkov. Los atacantes dispararon
al menos cinco balas. Tres le dieron a Starovóitova en la cabeza y la mataron
al instante. Dos le dieron a Linkov, que sobrevivió.[50] Los pistoleros dejaron
sus armas en la escena y escaparon en un coche que esperaba. El golpe, con
todas las características de un nuevo ataque por encargo, generó una condena
internacional. «Matar a una mujer —una mujer de la política—: eso no pasaba
en Rusia desde los tiempos de Stalin», dijo un partidario de ella, Serguéi
Kózirev.[51] Yeltsin repudió el asesinato y lo llamó «un ataque perentorio»
contra «toda nuestra sociedad». Estaba tan perturbado por la noticia, dijo un
asistente, que debió ser hospitalizado al día siguiente.[52] Él y Primakov les
ordenaron a Putin, al ministro del Interior, Serguéi Stepashin, y al fiscal
general, Yuri Skurátov, que «se pusieran personalmente a cargo» de la
investigación, y exigieron resultados. Starovóitova había anunciado
recientemente su candidatura para gobernadora de la región de Leningrado
(que, a diferencia de la ciudad, no había cambiado su nombre soviético).
Llevaba tiempo denunciando el mal humor nacionalista que fluía en los
debates parlamentarios, y reunió pruebas sobre corrupción en el Gobierno de
San Petersburgo. No faltaban móviles potenciales ni sospechosos —de hecho,
la policía arrestó a más de trescientas personas en las semanas posteriores a su