Page 163 - El nuevo zar
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crímenes infames y, en los meses que llevaron a su dimisión, algunas de sus
investigaciones habían cobrado nuevo ímpetu. El día de febrero que
Bordiuzha lo encaró con la cinta de vídeo, Skurátov había entregado un
informe a la Duma en el que acusaba al Banco Central de Rusia de haber
canalizado secretamente 50.000 millones de dólares de reservas en divisa
extranjera a través de una oscura firma llamada Financial Management Co.
Ltd. Estaba registrada en 1990 en las islas del Canal, aparentemente por el
KGB y el Partido Comunista, y era utilizada como una cuenta en el exterior,
aunque muchos de los detalles no se esclarecieron, incluido quién se habría
beneficiado de lo que claramente eran transferencias ilegales.[5] Al día
siguiente, investigadores de la oficina de Skurátov, acompañados por oficiales
de la policía especial enmascarados, allanaron la oficina central en Moscú de
Sibneft, una petrolera parte del imperio de Boris Berezovski; un día después,
se presentaron en la firma de seguridad Atoll, donde los investigadores
encontraron equipo electrónico para escuchas y cintas etiquetadas como
«Familia», en referencia al círculo interno de consejeros de Yeltsin, y
«Tania», hija menor de Yeltsin y asesora política, Tatiana Diachenko.
A pesar de su dimisión, o posiblemente debido a ella, las acusaciones
sobre Skurátov repentinamente llevaron el foco de la atención pública —y la
indignación por la corrupción— al corazón del poder en el Kremlin. Luego de
los salvajes excesos en las privatizaciones a principios de la década de 1990,
los pedidos de justicia se volvieron más fuertes y, percibiendo los vientos
políticos, el nuevo primer ministro, Yevgueni Primakov, anunció en una
reunión de gabinete el 28 de enero que el Gobierno concedería amnistías a
noventa y cuatro mil prisioneros no violentos a fin de liberar espacio «para los
próximos encarcelados: los criminales financieros».[6] Sonó como una
advertencia de que ni siquiera los oligarcas en el Kremlin podrían seguir
contando con inmunidad una vez terminada la presidencia de Yeltsin.
Berezovski, cuya intensa antipatía por Primakov era correspondida, contestó
declarando que la amenaza de Primakov sonaba como un regreso al Gran
Terror. Las redadas en sus compañías se produjeron poco después.
Las declaraciones de Primakov tenían el vuelo retórico de un político que
ambicionaba convertirse en el siguiente presidente de Rusia. En sus pocos
meses como primer ministro, ya había conseguido apoyo en el Parlamento y
se había ganado al poderoso alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, que una vez
había sido amigo de Yeltsin pero que ahora parecía oscilar a la espera de su