Page 155 - El nuevo zar
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Yeltsin —y su salud— siguió declinando, sin embargo. Fue hospitalizado de
               forma reiterada en otoño e invierno, y el nombramiento de Primakov no había
               puesto fin al proceso judicial de su destitución. Mientras tanto, una amenaza
               mucho más acuciante para Yeltsin estaba emergiendo, y la lealtad de Putin

               resultaría decisiva como defensa.





               No  hacía  mucho  que  Putin  estaba  en  Lubianka  cuando  se  encontró  en  el

               centro de un escándalo público mayor que cualquiera que hubiese afrontado
               antes. El 17 de noviembre de 1998, seis hombres dieron una conferencia de

               prensa extraña y sensacionalista en Moscú. Cuatro de ellos llevaban máscaras
               y  gafas  oscuras.  Los  otros  dos,  sin  máscara,  eran  Aleksandr  Litvinenko  y
               Mijaíl  Trepashkin.  Todos  eran  veteranos  del  FSB  y,  ante  periodistas

               nacionales e internacionales, esbozaron un alarmante relato de corrupción y
               conspiración. La unidad de crimen organizado para la que trabajaban, dijeron,
               se había convertido en una empresa criminal que llevaba adelante fechorías

               con gánsteres rusos y combatientes independentistas chechenos, extorsionaba
               a  empresas  a  las  que  se  suponía  debía  proteger  y  ofrecía  servicios  por
               encargo,  con  frecuencia  con  efectos  letales.  Sus  superiores,  dijeron,  tenían

               planificado  secuestrar  al  hermano  de  un  prominente  empresario,  Umar
               Dzhabrailov. Habían ordenado la paliza de Trepashkin después de que fuera
               alejado  de  sus  funciones  por  investigar  delitos.  Lo  más  sensacionalista  de

               todo  fue  que  explicaron  que  habían  recibido  órdenes  de  los  oficiales  de  la
               agencia,  ahora  encabezada  por  Vladímir  Putin,  para  asesinar  a  Boris
               Berezovski.


                    Berezovski,  cuya  influencia  dentro  del  Kremlin  nunca  fue  tan  grande
               como  él  pretendía,  había  contado  a  funcionarios  en  privado  acerca  del
               supuesto complot en su contra. Incluso creía que había sido un factor en el

               despido de Kovaliov. Uno de los primeros actos de Putin al frente del FSB
               había  sido  desarticular  la  unidad  de  crimen  organizado  que,  según  estos
               hombres acusaban ahora, se había vuelto corrupta. Putin había despedido o

               trasladado a la mayoría de los oficiales de la unidad, pero la investigación
               interna  sobre  la  orden  de  asesinato  contra  Berezovski  no  logró  producir
               ninguna acusación criminal contra los comandantes de la unidad. (Un fiscal le

               dijo a Berezovski que la orden de matarlo había sido una broma.) El cierre del
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