Page 239 - El nuevo zar
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esperanza de romper el hielo. Putin recibió a Bush mencionando el rugby, que
               Bush había jugado durante un año en la universidad. «Es verdad que jugué al
               rugby», le dijo Bush a sabiendas. «Muy buen resumen.»[5] Luego, cuando
               Putin se disponía a ponerse manos a la obra, revisando su agenda de entre una

               pila de tarjetas con anotaciones, Bush lo interrumpió y le preguntó acerca de
               la cruz que la madre de Putin le había dado para bendecir en Jerusalén. Bush

               vio la sorpresa en el rostro de Putin, aunque esta se esfumó rápidamente. Bush
               explicó que había leído sobre la historia, sin mencionar que estaba incluida en
               su propio resumen, preparado por la CIA. Putin relató la historia del incendio
               en su dacha y recreó para Bush el momento en que un trabajador encontró la

               cruz entre las cenizas y se la entregó «como si fuera designio del destino».
               Bush, creyente, le dijo: «Vladímir, esa es la historia de la Cruz».[6]

                    Cuando los dos salieron para encontrarse con la prensa tras dos horas de

               reunión, habían resuelto pocas de sus diferencias, en especial respecto de la
               oposición de Rusia a las defensas de misiles, que Bush perseguía mucho más

               agresivamente  que  su  predecesor  demócrata,  pero  rebosaban  una  calidez
               personal  asombrosa  dados  los  recientes  sucesos.  Bush  lo  llamó  «un  líder
               notable» y, en contraste con lo que los rusos percibían como quejas constantes
               de  parte  de  Clinton,  Bush  mencionó  Chechenia  o  la  libertad  de  prensa  en

               Rusia solo de pasada. Cuando le preguntaron si los estadounidenses podían
               confiar en Putin, dadas sus diferencias respecto de una plétora de cuestiones,

               Bush dijo que no lo hubiera invitado a su rancho de Texas en noviembre si
               pensara que no. «Miré al hombre a los ojos —dijo Bush—. Lo encontré muy
               directo y confiable. Tuvimos un muy buen diálogo. Pude percibir su alma: un
               hombre profundamente comprometido con su país y con los mejores intereses

               de su país.»[7]

                    Ni Bush ni Putin mencionaron la historia de la cruz o el hecho de que
               Putin  no  la  llevaba  ese  día,  aunque  les  había  dicho  a  sus  biógrafos  que  la

               llevaba puesta todos los días. (Sí la tenía puesta cuando él y Bush volvieron a
               encontrarse en la cumbre del Grupo de los Ocho en Génova al mes siguiente.)

               No  todos  quedaron  convencidos  con  esta  asociación  naciente.  «Puedo
               entender  la  estrategia  de  una  buena  relación,  pero  ha  llegado  demasiado
               lejos»,  dijo  a  un  periódico  Michael  McFaul,  un  académico  estadounidense
               que  conoció  a  Putin  en  San  Petersburgo  antes  del  colapso  de  la  Unión

               Soviética.  «Creo  que  sobran  las  razones  para  no  confiar  en  el  presidente
               Putin. Este es un hombre entrenado para mentir.»[8]
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