Page 242 - El nuevo zar
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quejado con Putin de que no podían cantar mientras permanecían de pie en el
               podio para recibir sus medallas.)

                    Esas jugadas resultaron hábiles. Gustaban al patriotismo nostálgico de las
               fuerzas  militares  y  a  amplios  sectores  de  la  sociedad,  sin  restablecer  la

               ideología soviética que muchos rusos estaban contentos de dejar atrás. Puede
               que  Putin  fuera  un  político  inexperto,  pero  encontró  un  equilibrio  entre  el
               pasado conflictivo y el futuro incierto, un equilibrio que le salía naturalmente,

               pues en gran medida reflejaba sus propias visiones. No despotricó contra el
               sistema soviético como había hecho Yeltsin, sino que, en cambio, se apropió
               de las partes de su historia que eran funcionales a su idea de la nueva Rusia.

               Durante una llamada con votantes en febrero de 2000, utilizó un aforismo que
               se le ha atribuido ampliamente, pero que, de hecho, no le pertenece. «Quien
               no  lamenta  el  colapso  de  la  Unión  Soviética  no  tiene  corazón  —dijo—.  Y

               quien quiere verla restituida a su antigua forma no tiene cerebro.»[12] Hasta
               Putin parecía vacilar. Conservó la estatua de Félix Dzeryinski en su escritorio

               en  el  FSB,  pero  se  opuso  a  las  demandas  públicas  de  restablecer  su
               monumento en la rotonda donde se ubicaba, frente a Lubianka. Glorificaba la
               victoria soviética en la Gran Guerra Patriótica, pero, ante la demanda, se negó
               a  restablecer  el  nombre  de  tiempos  de  guerra  de  Volgogrado,  el  lugar  del

               terrible asedio, mucho más conocido como Stalingrado.[13]

                    A pesar de las críticas de Putin sobre los fracasos del pasado soviético, su
               acogida de algunos de sus símbolos activó alarmas entre los intelectuales y

               los liberales. Un grupo de escritores y artistas destacados publicaron una carta
               abierta  dirigida  a  él,  en  la  que  le  advertían  acerca  de  los  peligros  de

               restablecer el himno soviético. «El jefe de Estado debe tener muy claro que
               millones de conciudadanos (incluidos aquellos que lo votaron) nunca van a
               respetar un himno que desdeña sus convicciones e insulta la memoria de las
               víctimas  de  la  represión  política  soviética»,  escribieron.[14]  Boris  Yeltsin,

               criticando a su sucesor por primera vez desde que dejara su cargo, dijo que la
               música se asociaba en su mente con los burócratas soviéticos que asistían a

               los  congresos  del  Partido  Comunista.  «El  presidente  de  un  país  no  debería
               seguir  ciegamente  el  parecer  del  pueblo  —dijo  Yeltsin  al  Komsomólskaia
               Pravda—.[15]  Por  el  contrario,  le  corresponde  influenciarlo  activamente.»
               Pero Putin sí influyó en ese parecer, al tomar muestras del pasado como si

               estuviera eligiendo comida en un bufé, y seleccionar y escoger una historia
               que  presentó  a  una  sociedad  profundamente  dividida  respecto  de  lo  que
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