Page 284 - El nuevo zar
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durante más de una hora. «Los miembros del Consejo de Seguridad, sin
entender realmente por qué se estaba haciendo eso, permanecieron sentados
con cara impasible, inmóviles», recordó Kasiánov. Él no pudo evitar sonreír
«ante todos los absurdos y obvias invenciones». Putin, en la cabecera de la
larga mesa oval, analizaba las caras de sus asistentes, tomando nota de las
reacciones: las miradas en blanco e inmutables de la mayoría y la mueca de
Kasiánov. Cuando Ustínov concluyó, nadie hizo ninguna pregunta ni dijo
ninguna palabra en respuesta, «y todos se marcharon en silencio».[7]
El dominio político de Putin era tal que no parecía tener mucho sentido
desafiarlo. Ni siquiera durante las elecciones presidenciales, celebradas en
marzo, tuvo una oposición significativa. Los titanes políticos de la era de
Yeltsin —Guenadi Ziugánov y Vladímir Yirinovski, hombres que alguna vez
habían parecido estar cerca de gobernar Rusia— desistieron incluso antes de
que comenzara la campaña oficial. En cambio, asignaron a burócratas
soviéticos del Partido Comunista para llevar adelante campañas simbólicas;
en el caso de Yirinovski, su guardaespaldas, un exboxeador llamado Oleg
Malishkin, llevó el estandarte del partido. Grigori Yavlinski, tan amargado por
la derrota de Yábloko en diciembre, rechazó los ruegos del propio Kremlin
para que montara una tercera campaña para la presidencia, a fin de crear la
apariencia de una opción democrática. Cuando pasaron las vacaciones juntos
ese invierno, Boris Nemtsov, otro reformista que había prestado servicios bajo
Yeltsin, intentó persuadir a Kasiánov de postularse como candidato en
representación de los economistas liberales del país, pero Kasiánov no se
atrevió a considerar seriamente desafiar a su jefe. En las semanas previas a la
campaña, una encuesta reveló que el 55 % de los encuestados pensaba que
sería mejor suspender las elecciones y ahorrar el dinero que costaría
celebrarlas.[8]
La reelección de Putin, la afirmación del curso que había elegido para
Rusia, parecía al borde del colapso, pero de un modo que ni él ni sus
consejeros habían imaginado. La «democracia dirigida» que Surkov había
orquestado había tenido tanto éxito que amenazaba con socavar la propia
imagen de Putin como el demócrata que había transformado a Rusia con el
acuerdo del pueblo. Una de las primeras leyes de la nueva Duma llamaba a
enmendar la Constitución para prolongar el mandato presidencial a siete años
y permitirle a Putin postularse para dos nuevos mandatos. Lo hubiera
mantenido a Putin en funciones hasta 2018, pero él se negó tímidamente e