Page 286 - El nuevo zar
P. 286
la droga que Ribkin había ingerido era SP-117, un suero de la verdad utilizado
por los servicios de inteligencia exterior de Rusia. «Al ingerir SP-117, quedas
a merced de lo que quieran hacerte, pasearte en coche, meterte en la cama con
mujeres u hombres, filmarte y más —dijo—. Luego te dan una píldora como
antídoto y estás como siempre otra vez, sin recuerdo de lo sucedido.»[11]
Nadie tomó en serio las acusaciones de Ribkin, ni siquiera su esposa, quien
dijo que se sentía «apenada por Rusia si personas como estas quieren
gobernarla».[12] Su carrera política nunca se recuperó. Berezovski, sin
embargo, no desistió nunca de su campaña por desacreditar a Putin, y lo
criticaba regularmente con cada vez mayor vehemencia y cada vez menor
respeto por la verdad. No sería la última vez que él y Litvinenko se enredaban
en un drama sensacionalista que involucraba espías y veneno.
Putin hacía caso omiso no solo de sus contendientes: ignoraba
ostensiblemente su propia campaña, igual que había hecho cuatro años antes.
No tuvo que hacer campaña abiertamente porque el control de la televisión
por parte del Kremlin implicaba que sus deberes como presidente recibían
cobertura diligente y acrítica incluso más exhaustiva en las noticias de la
noche. A los oponentes de Putin, si acaso se los mencionaba, se los criticaba o
infantilizaba. Cuando se llevó a cabo el primer debate entre los candidatos
presidenciales, el 12 de febrero —a las ocho de la mañana, un horario
temprano que asegurara la menor cantidad de televidentes posible—, Putin se
negó a asistir. Sin embargo, su discurso de veintinueve minutos de ese día,
que inauguraba oficialmente su campaña, se transmitió repetidamente durante
la tarde y la noche. No hizo campaña de anuncios, no organizó mítines
políticos y no ofreció propuestas claras para un segundo mandato, excepto
continuar siendo la encarnación viva de la estabilidad de Rusia.
La paradoja era que, después de los cuatro años de presidencia de Putin, la
estabilidad de Rusia aún resultaba precaria, a solo una catástrofe de distancia
de la agitación de los años noventa que Putin evocaba con frecuencia. En la
víspera de inicio de campaña, una bomba explotó en la puerta de Yelena
Tregúbova, la periodista a la que Putin había agasajado con sushi cuando era
director del FSB. En 2003, ella había publicado un libro sobre sus
experiencias en el grupo de prensa cada vez más circunscrito del Kremlin,