Page 303 - El nuevo zar
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restricción de los derechos democráticos marcan, entre otras cosas, la victoria
de los terroristas.»[45] En privado, a Yeltsin lo desesperaba el líder al que
había ascendido al poder, pues veía las jugadas de Putin contra los medios, los
partidos opositores y, ahora, contra los gobernadores como una erosión de su
propio legado,[46] pero la entrevista constituía la única vez en que Yeltsin
había manifestado sus preocupaciones tan claramente en público. Para
entonces, sin embargo, la autoridad política y moral de Yeltsin tenía poca
fuerza en la Rusia de Putin. Su tiempo había pasado, y su heredero estaba
conduciendo al país por un nuevo sendero. Ciertamente, la era de Yeltsin —el
traqueteo errático a través del caos de los años noventa— se había vuelto la
recurrente justificación que utilizaba Putin para sus decisiones. Paso a paso,
Putin borró el legado de su predecesor, tan efectivamente como Stalin el de
Lenin, como Jrushchov el de Stalin, como Brézhnev el de Jrushchov, como
Yeltsin el de Gorbachov.
Incluso los más afectados por el nuevo decreto de Putin —los
gobernadores y alcaldes que debían su legitimidad y autoridad electoral a las
urnas, por amenazadas que estuvieran— dieron un paso al frente, uno por
uno, para elogiar la propuesta de Putin. Las propuestas habían sido debatidas
antes en su Administración, pero utilizó la tragedia de Beslán como pretexto
para implementarlas. La voluntad popular, según la visión de Putin, era el
camino hacia el caos. No se le podía confiar al pueblo el poder de elegir sus
propios líderes, excepto en el proceso más cuidadosamente controlado. «Los
rusos están atrasados», diría luego a un grupo de periodistas y académicos
extranjeros invitados a un retiro que se convertiría en un suceso anual
conocido como «el Club Valdai», por el nombre del centro turístico donde se
llevó a cabo por primera vez. «No pueden adaptarse a la democracia como lo
han hecho en otros países. Necesitan tiempo.»[47] Sus declaraciones
reflejaban una condescendencia que lindaba con el desdén, pero pocos en
Rusia hablaban desafiando la autoridad que Putin había asumido ahora. En
cuestión de semanas, la Duma y el Consejo de la Federación promulgaron
todas las propuestas que había hecho, dispuestos a ceder más y más poderes al
Kremlin. «Queda solamente la postración absoluta», dijo en respuesta un
consejero de los comunistas, Leonid Dobrojótov.[48] Y la mayor parte de la
élite de Rusia, ya fuera por lealtad o por temor, estuvo encantada de
complacerlo.