Page 309 - El nuevo zar
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antes, en marzo, la OTAN había ampliado su número de miembros, de
diecinueve a veintiséis, admitiendo no solo a Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia
y Rumania en Europa Oriental, sino también a las tres antiguas repúblicas
soviéticas de Lituania, Letonia y Estonia, cada una de las cuales albergaba
una población considerable de rusos. La mayoría de los funcionarios
estadounidenses y europeos aceptaron como un artículo de fe que la
ampliación de la OTAN fortalecería la seguridad del continente al forjar un
colectivo defensivo de democracias, tal como la Unión Europea había
enterrado muchas de las urgencias nacionalistas que habían causado tanto
conflicto en siglos anteriores. Putin había aceptado a regañadientes los planes
de ampliación de la OTAN, pero ahora la OTAN parecía acechar a Ucrania.
Al igual que muchos en el establishment de la seguridad de Rusia, él había
sido entrenado para sabotear y, de ser necesario, combatir a la OTAN, y
persistía una sensación de enemistad. Con frecuencia, funcionarios citaban las
afirmaciones tranquilizadoras que Mijaíl Gorbachov creía haber recibido
durante la reunificación de Alemania después de 1989 de que la OTAN no se
ampliaría hacia el este (aunque líderes de Estados Unidos y Europa insistían
en que nunca se había sugerido tal cosa). Ya era bastante humillante que las
naciones bálticas se hubiesen unido a la OTAN, pero influyentes funcionarios
estadounidenses y europeos ahora abogaban abiertamente por la
incorporación de repúblicas soviéticas incluso más antiguas, como Georgia y
Ucrania. «La presencia de soldados estadounidenses en nuestra frontera ha
creado una especie de paranoia en Rusia», reconoció el nuevo primer ministro
de Putin, Serguéi Lavrov, en abril de 2004, cuando se realizó el izamiento
ceremonial de las banderas de los nuevos Estados miembros fuera de la sede
de la alianza en Bruselas. De hecho, no había estadounidenses desplegados en
los Estados bálticos, solo un escuadrón rotativo de aviones de combate
europeos para patrullar el espacio aéreo sobre los nuevos territorios, pero a
Putin le parecía como si el enemigo hubiese llegado a la puerta. Había que
detenerlos, y Putin marcó como límite Ucrania.
En Yalta, él y Kuchma discutieron la integración de un propuesto Espacio
Económico Común, una débil alianza económica entre Rusia y Ucrania, junto
con Bielorrusia y Kazajistán, que con los años cobraría la forma de una
aduana más formal y, finalmente, un bloque político y económico destinado a
rivalizar con la Unión Europea. Putin había dejado caer la idea el año anterior,
pero ahora quería el apoyo público explícito de Kuchma. Eso implicaba dar