Page 321 - El nuevo zar
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su afirmación de que el Colegio Electoral era una práctica fundamentalmente
               antidemocrática. Un periodista ruso elegido por el Kremlin luego planteó la
               cuestión que Putin acababa de discutir con Bush en privado, y le preguntó a
               Putin por qué no había planteado públicamente la violación de derechos en

               Estados Unidos. («Qué coincidencia», dijo Bush que pensó.) La colaboración
               que Bush había imaginado cuando miró a los ojos a Putin cuatro años antes

               nunca  se  recuperó  realmente.  «Quizás  debimos  haberlo  previsto  —escribió
               después Condoleezza Rice, ahora secretaria de Estado de Bush—, pero este
               Putin  era  diferente  del  hombre  que  habíamos  conocido  por  primera  vez  en
               Eslovenia.»[24]


                    La  elección  de  Ucrania,  que  siguió  a  Beslán,  resultó  ser  un  punto  de
               inflexión para Putin y para Rusia. Su instinto inicial de llevar a Rusia a una
               colaboración  más  cercana  con  Occidente,  acaso  una  verdadera  alianza,  se

               había desvanecido con la misma constancia con que había crecido su poder
               político y económico. Cuando dio su discurso anual en la Duma y el Consejo

               de la Federación en abril, llamó a una nueva unidad nacional contra aquellos
               dispuestos  a  desafiar  al  Estado,  dentro  o  fuera  de  Rusia.  Comenzó  con  un
               preámbulo de que el país necesitaba considerar «el significado más profundo
               de  valores  como  la  libertad  y  la  democracia,  la  justicia  y  la  legalidad»,  y

               luego  pronunció  una  frase  que  para  muchos  confirmaba  lo  peor  de  los
               instintos de Putin: una nostalgia persistente de la gloria de la Unión Soviética.

                    «Antes que nada —dijo—, debería reconocerse que el colapso de la Unión

               Soviética  fue  la  catástrofe  geopolítica  más  grande  del  país.  Para  el  pueblo
               ruso, se convirtió en un verdadero drama. Decenas de millones de nuestros

               ciudadanos y compatriotas se vieron fuera del territorio ruso. La epidemia de
               la desintegración también se extendió a la misma Rusia.»

                    Putin no deseaba restaurar el sistema soviético o comunista —quien desee
               eso,  había  dicho,  no  tiene  cerebro—,  pero  por  primera  vez  comenzaba  a

               proyectar su liderazgo en un contexto histórico más amplio. Su intención era
               restablecer algo mucho más antiguo, mucho más rico y profundo: la idea de la
               nación  rusa,  el  imperium  de  la  «tercera  Roma»,  trazando  su  propio  curso,

               indiferente a la imposición de valores extranjeros. Era una antigua idea rusa y
               encontró su modelo en los libros de historia que, se decía, eran sus favoritos.

                    Mucho más inadvertido en ese momento que el lamento de Putin por la

               «catástrofe» del colapso soviético fue su referencia a Iván Ilyín, un filósofo
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