Page 328 - El nuevo zar
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oleoductos  que  calentaban  gran  parte  de  Europa,  y  su  plan  inicial  para
               lograrlo era hacer que Gazprom absorbiera a Rosneft, la compañía estatal, por
               entonces debilitada, que Putin había estado favoreciendo de forma constante a
               base  de  respaldo  político  y  licencias,  en  especial  en  Chechenia,  donde

               ninguna otra compañía se atrevía a operar después de que hubo comenzado la
               segunda guerra.[6] Puesto que Rosneft era de total propiedad del Estado, la

               fusión le daría al Kremlin una participación como accionista mayoritario en
               un gigante de la energía tan rico como Exxon y tan dócil como Aramco en
               Arabia Saudí. El origen de la idea se remontaba a los días de Putin en San
               Petersburgo, cuando él y sus amigos supervisaban los acuerdos de negocios y

               comercio de petróleo de la provincia y escribían tesis académicas acerca de la
               necesidad de la mano firme del Estado. Ahora, solo algunos años después,

               estaban a punto de materializar su visión a escala nacional.

                    Putin aprobó el acuerdo de fusión entre Gazprom y Rosneft en septiembre
               de 2004, el día después de haber anunciado los radicales cambios políticos

               tras  Beslán.  Encajaba  en  un  patrón  de  control  centralizado,  un  acopio
               constante de más y más poder en sus manos. No obstante, la propuesta de
               fusión  encantó  a  los  inversores  y  analistas,  en  especial  los  extranjeros,  los
               mismos que habían estado tan agitados por el tumulto bursátil durante el caso

               Yukos. La razón no era difícil de entender: se podía ganar dinero. Como parte
               de  la  fusión,  Putin  prometió  que,  una  vez  que  el  Estado  controlara  una

               participación mayoritaria en Gazprom, levantaría las restricciones impuestas a
               inversores extranjeros que deseaban comprar acciones minoritarias. Aunque
               Gazprom era vista como un mastodonte ineficiente y difícil de controlar, su
               poder monopólico para vender gas natural y el apoyo obsecuente que recibía

               del Kremlin creaban la perspectiva de rendimientos enormes, suficientes para
               tentar  incluso  a  los  inversores  más  descreídos.  Pocos  parecían  preocuparse

               por la suerte de Yukos ya. Según algunas estimaciones, la inversión extranjera
               duplicaría  la  capitalización  de  mercado  de  Gazprom,  y  el  alza  de  su  valor
               beneficiaría a miles de accionistas. Un mes después de que se anunciara la

               fusión, John Browne, de BP, manifestó elogios respecto de la dirección en que
               Putin  estaba  conduciendo  a  Rusia,  barriendo  a  un  lado  las  inquietudes  que
               tenían  muchos,  dentro  y  fuera  del  país,  acerca  de  las  tácticas  del  Kremlin.

               «Desde Gorbachov, ha sucedido mucho en Rusia —dijo—. Ningún país ha
               llegado tan lejos en tan poco tiempo.» En cuanto a Yukos, desestimó el ataque
               judicial contra Jodorkovski y sus socios como un asunto aislado «relacionado
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