Page 419 - El nuevo zar
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advertencia que, si bien lo peor de la crisis había pasado, aún no era tiempo de
               «descorchar el champán»; sin embargo, era Putin quien sabía cuándo un poco
               de socorro era todo lo que necesitaba la gente.

                    El espectáculo mostró que Putin no tenía ningún deseo de ceder el control:

               no en manos de Medvédev ni, ciertamente, tampoco a la gente congregada en
               la calle. La amonestación de Putin a los propietarios de la planta había sido
               severa, pero también dejó claro que no iba a permitir que la turba sentara un

               precedente al ventilar críticas contra el Gobierno. Deripaska entendió la farsa
               y  aceptó  su  humillación  pública  porque  sabía  que  era  el  precio  de  su
               condición privilegiada entre la élite del Kremlin. Ni siquiera salió mal parado

               en  el  acuerdo  para  la  nueva  puesta  en  marcha  de  las  fábricas:  el  principal
               proveedor del material que necesitaba la fábrica en Pikaliovo, nefelina, fue
               forzado  a  venderlo  a  pérdida.  Putin  negoció  incluso  los  detalles  de  su

               suministro, del que se ocuparía Ferrocarriles Rusos, presidida por el antiguo
               camarada  de  Putin  de  San  Petersburgo  Vladímir  Yakunin.  El  proveedor,

               PhosAgro, pronto ampliaría su conglomerado para incluir la planta fertilizante
               que  Mijaíl  Jodorkovski  había  sido  acusado  de  robar,  Apatit.  Uno  de  sus
               nuevos accionistas era el hombre que había aprobado la tesis defendida por
               Putin en 1997, Vladímir Litvinenko. El acuerdo para reabrir Pikaliovo no tuvo

               efectos  en  la  resolución  del  problema  subyacente  de  la  producción  en  ese
               lugar ni la falta de demanda de aluminio, agravada tras la crisis financiera,

               pero esa no era la cuestión. Deripaska ya había recibido miles de millones en
               créditos para ayudar a reestructurar su ingente deuda e incluso un préstamo
               adicional para mantener abierta la producción en Pikaliovo. La amonestación
               pública, sin embargo, advirtió a otros magnates que debían resolver toda crisis

               que pudiera generar agitación pública, antes de que Putin se viera forzado a
               agregar nuevas visitas en su itinerario de furia. En lugar de utilizar la crisis

               financiera como una oportunidad para abordar debilidades subyacentes en la
               economía  del  país  —que  Medvédev  explicaría  con  lujo  de  detalles  en  un
               manifiesto  en  línea  en  septiembre  llamado  «Rusia,  ¡adelante!»—,  Putin

               intensificó  su  rol  como  el  dispensador  último  de  los  recursos  del  país:
               castigaba a quienes se resistían a su visión de cómo debía gastarse el dinero y
               premiaba a aquellos que lo acompañaban. Cuando el Gobierno estableció un

               mecanismo para distribuir fondos del paquete de incentivos en 2009, Putin
               decidió  de  forma  unilateral  qué  compañías  lo  recibirían.  Así  era  como
               funcionaban  los  negocios  en  la  mente  de  Putin,  a  través  de  contactos  y
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