Page 421 - El nuevo zar
P. 421

político resultaron ser muy exageradas.





               El  28  de  septiembre  de  2009,  el  director  ejecutivo  de  Gazprom,  Alekséi

               Miller, se sumó a los funcionarios locales y regionales reunidos en una colina
               sobre el valle de Imericia, al sur de Sochi, la ancha planicie fluvial que Putin
               había  aprobado  como  uno  de  los  dos  sitios  principales  para  los  Juegos
               Olímpicos  de  Invierno,  para  los  que  por  entonces  faltaban  menos  de  cinco

               años. Estaban allí para sentar las bases de una nueva planta de energía, que,
               cuando se completara, se convertiría en la estructura más visible en el paisaje

               urbano costero, bajo el logo de la compañía. La necesidad de construir una
               planta  de  energía  subrayaba  cuán  subdesarrollada  había  quedado  la  región.
               Querida  por  los  líderes  soviéticos,  especialmente  por  Stalin,  que  construyó

               una dacha allí, la zona se había deteriorado incluso antes del colapso de la
               Unión  Soviética.  Con  una  prosperidad  que  se  filtraba  a  una  pujante  clase
               consumidora, millones y millones de rusos se veían atraídos, en cambio, por

               paquetes de vacaciones asequibles para visitar Tailandia, Turquía y el Sinaí,
               mientras  que  Sochi  se  convirtió  en  una  zona  estancada,  rezagada  y
               penumbrosa.


                    Tras conseguir los Juegos Olímpicos, Putin estaba decidido a devolverle a
               Sochi  su  antigua  gloria,  a  que  volviera  a  ser  como  la  recordaba  de  sus
               primeras visitas de joven, en la década de 1970. La crisis financiera no había
               apaciguado esas ambiciones en absoluto; de hecho, eran una respuesta a la

               crisis. Con Sochi, Putin revivía el legado de los megaproyectos soviéticos, los
               emprendimientos  gigantescos  y  verticalistas  que  industrializaron  la  Unión

               Soviética. Esos eran los triunfos ideológicos en la memoria histórica de Putin:
               desde  la  «campaña  de  las  tierras  vírgenes»  para  estimular  la  producción
               agrícola, en la década de 1950, hasta el ferrocarril Baikal-Amur (BAM), en la

               década de 1970. Como en tiempos soviéticos, el objetivo era tanto económico
               como  ideológico:  una  demostración  del  progreso  y  prestigio  del  país  en  el
               mundo, incluso cuando los proyectos consumían recursos enormes. Sochi se

               volvió el proyecto de infraestructura individual más grande desde el derrumbe
               de la Unión Soviética, aunque no fue el único. Putin autorizó una partida de
               20.000 millones de dólares para desarrollar Vladivostok, en el Lejano Oriente,

               que incluía una universidad en una isla en el puerto que había sido una zona
   416   417   418   419   420   421   422   423   424   425   426