Page 425 - El nuevo zar
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Sobraban las pruebas de corrupción, que incluían enormes comisiones en
               los contratos, pero, a pesar de las amonestaciones públicas a los funcionarios
               en razón de los costes y los peligros de la corrupción, Putin no hizo nada por
               efectivizar un castigo para eso, ni siquiera cuando era evidente. En 2009, un

               empresario  moscovita,  Valeri  Morózov,  se  quejó  públicamente  de  que  un
               funcionario  en  la  oficina  de  asuntos  presidenciales  del  Kremlin,  Vladímir

               Leshchevski, lo había presionado por un 12 % en un contrato de 500 millones
               de  dólares  para  reacondicionar  un  sanatorio,  propiedad  del  Gobierno  en
               Sochi. El pago fue en efectivo o a plazos a una compañía offshore, pero, como
               Morózov tuvo la sensación de que lo estaban excluyendo del acuerdo, acudió

               a la policía, que les tendió una trampa en Slivovitsa, un restaurante cervecero
               no lejos del Kremlin. El hombre incluso llevó una cámara escondida en su

               cinturón  para  filmar  el  pago  de  la  última  cuota  de  5  millones  de  dólares.
               Leshchevski aceptó el dinero, pero se escabulló sin ser arrestado. Frustrado
               por  el  fracaso  de  la  trampa,  Morózov  salió  a  hablar  en  público:  apeló

               directamente a la oficina de Dmitri Medvédev e, indirectamente, a la prensa
               británica y rusa. Medvédev anunció una investigación, pero esta se extinguió
               en  silencio  dos  años  más  tarde.[9]  Por  su  parte,  los  fiscales  abrieron  una

               investigación,  pero  sobre  la  compañía  de  Morózov,  quien  huyó  a  Gran
               Bretaña y detalló sus acusaciones en una extensa solicitud de asilo político,
               que le fue otorgada. La lección estaba clara para cualquiera que se atreviera a

               desafiar el sistema.





               Un hombre que sí lo hizo, Serguéi Magnitski, murió en una celda en la prisión

               de Matróskaia Tishina, en Moscú, el 16 de noviembre de 2009. Había sido
               transferido  allí  para  un  tratamiento  médico  de  emergencia  debido  a  una
               pancreatitis y una colecistitis. Ya había estado en prisión durante casi un año

               —lo máximo que podía permanecer detenido sin juicio— por acusaciones que
               involucraban  un  enorme  fraude  fiscal  que  él  había  sacado  a  la  luz  y
               denunciado a las autoridades. En lugar de llevar al enfermo al hospital de la

               prisión, ocho guardias lo llevaron a una celda de aislamiento, lo esposaron y
               lo golpearon con porras. De apenas treinta y siete años, era  un  auditor  tan
               modesto  que  nadie  lo  hubiera  confundido  con  una  amenaza  radical  para  el

               sistema  de  Putin.  Representaba  a  la  generación  postsoviética  que  había
               alcanzado la mayoría de edad en la nueva Rusia. Era un profesional con altos
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