Page 523 - El nuevo zar
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forma en que asignaba los contratos para construir Sochi a los magnates en
               quienes confiaba o de la misma forma en que podía, sin debate, gastar 15.000
               millones de dólares del fondo de emergencia de la nación para mantener el
               Gobierno de Yanukóvich bajo el influjo de Moscú. Jodorkovski tenía razón.

               Putin  hacía  lo  que  hacía,  por  su  cuenta,  porque  las  personas  le  habían
               «confiado»  a  él  el  gobierno,  ser  el  líder  último,  el  zar  de  una  democracia

               simulada.  No  había  nadie  ahora  —desde  los  rusos  corrientes  hasta  los
               burócratas soviéticos que eran cómplices en el sistema político y económico
               que él había construido— que asumiese o pudiese asumir la responsabilidad
               de cambiar las cosas.






               La noche del 7 de febrero de 2014, Putin, con una corta frase prescrita por la

               Carta Olímpica, abrió los Juegos de Invierno en Sochi. No todo había llegado
               a terminarse a tiempo, pese a un esfuerzo vertiginoso que continuó incluso
               después de comenzadas las actividades deportivas: las aceras no terminadas

               fueron cubiertas con prisas; campos de escombros de obra fueron escondidos
               detrás de nuevos carteles azules. Los hoteles no terminados, en especial donde
               se alojaban los periodistas extranjeros, amenazaron con convertir el acto en

               una  debacle  para  las  relaciones  públicas.  Una  campaña  para  arrear  perros
               vagabundos, presumiblemente para sacrificarlos, se convirtió en el meme más
               destacado  de  la  cobertura  de  preapertura  en  los  medios,  después  del  gasto

               colosal de reconstruir Sochi y la amenaza del terrorismo, subrayada a finales
               de  diciembre  por  dos  explosiones  suicidas  en  Volgogrado,  que  mataron  a
               treinta y cuatro personas. Había un elemento de alegría por el mal ajeno en

               parte  de  la  cobertura  sobre  los  preparativos  inflados  y  brutales  de  Rusia;
               también  había  preocupación  internacional  genuina  respecto  de  las  nuevas
               leyes  regresivas  de  Rusia  —en  especial  las  de  blasfemia  y  «propaganda

               homosexual»— y del sofocamiento de las protestas, que continuaron incluso
               hasta la ceremonia de apertura y durante esta.

                    Dos  días  antes  de  que  comenzaran  los  juegos,  más  de  doscientos

               escritores de treinta países publicaron una carta abierta en The Guardian que
               llamaba  a  la  derogación  de  las  leyes  que  reprimían  la  libre  expresión
               sancionadas desde el retorno de Putin a la presidencia. Cuatro ganadores del

               premio  Nobel  —Günter  Grass,  Wole  Soyinka,  Elfriede  Jelinek  y  Orhan
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