Page 60 - El nuevo zar
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física, un adicto al trabajo y un abstemio que «causaba consternación» en las
filas, «bebedoras por tradición», al prohibir el alcohol en las fiestas de
despedida para oficiales que partían al exterior.[27] Pasó a ser uno de los
consejeros más cercanos de Gorbachov, abrazó una nueva apertura en asuntos
de inteligencia y, en 1988, se convirtió en el director del KGB; para entonces,
el KGB ya había comenzado a intuir que el bloque creado en Europa Oriental
estaba condenado.
Desde su puesto fronterizo en Dresde, el teniente coronel Putin y sus
colegas también pudieron ver que el Gobierno liderado por Erich Honecker,
un viejo marxista obstinado, estaba perdiendo apoyo popular. Honecker y su
jefe de la Stasi, Mielke, rechazaron categóricamente reproducir la perestroika
y la glásnost de Gorbachov, pero los alemanes del Este intuían que el cambio
estaba en el aire: el deseo latente por las libertades básicas estaba
despertando, como en el resto de Europa Oriental. La «desaparición» del país
era inevitable, pensaba Putin, pero no tenía ni idea de que era inminente.[28]
En agosto de 1989, Hungría abrió sus fronteras con Austria y permitió que
los ciudadanos cruzaran libremente. Los alemanes del Este, que podían viajar
dentro del bloque soviético, comenzaron a dirigirse allí con la esperanza de
emigrar más allá de los límites húngaros. Aparecieron protestas en ciudades
de toda Alemania Oriental, impulsadas por personas que pedían, como
mínimo, lo que el líder soviético estaba ofreciendo a sus propios ciudadanos:
elecciones, libertad para criticar el Gobierno unipartidista y reformas del
mercado que ofrecieran mayor prosperidad material. El temor a la Stasi
continuó, pero en ese ferviente año de revolución —desde Lituania hasta la
plaza de Tiananmén— ya no bastaba con mantener a la gente en silencio y
con miedo en sus hogares. En Leipzig, el 4 de noviembre se formó un
movimiento de oposición dentro de la iglesia de San Nicolás que realizó una
pequeña protesta tras el servicio de la noche de ese lunes. Los «lunes de
protesta» crecían con cada semana que pasaba, y se acabaron extendiendo
también a otras ciudades, incluida Dresde. Para octubre, decenas de miles de
personas se habían unido al movimiento de oposición, mientras que otros
miles se habían escapado hacia Occidente.
El 2 de octubre, Honecker dictó órdenes para reprimir las protestas por la
fuerza, pero una unidad de paracaidistas despachada a Leipzig nunca las
cumplió. Al siguiente día, el Gobierno de Honecker intentó detener el flujo de
emigrantes imponiendo la prohibición de viajar a Checoslovaquia. Cuando