Page 59 - El nuevo zar
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la guerra en Afganistán se había vuelto «sin sentido y, de hecho, criminal».
[23] Vio por sí mismo la riqueza comparable del Occidente «decadente» al
leer detenidamente los catálogos de los grandes almacenes alemanes, tan
codiciados en las oficinas del KGB, los cuales eran permutados y enviados a
casa para que sirvieran como plantillas de moda para las costureras.[24]
Inspeccionando periódicos como Der Spiegel o revistas como Stern en busca
de chismes con que rellenar sus informes de inteligencia para el Centro, él y
sus colegas pudieron ver por sí mismos artículos no suavizados sobre
desastres, como el accidente en la planta nuclear de Chernóbil, en Ucrania en
1986, y saber que la versión oficial era una mentira. En cierta forma, la
glásnost llegó primero a las fuerzas de seguridad, dado que estas tenían
acceso a lo que estaba prohibido entonces, pero pronto se esparciría sobre la
conciencia pública.
El pequeño puesto fronterizo en Dresde era reflejo de las divisiones dentro
de todo el KGB respecto de los cambios tectónicos que se estaban
produciendo en casa: la escisión entre los intransigentes y los reformistas,
entre la vieja guardia y la nueva generación. A finales de 1986, la liberación
de Andréi Sájarov del exilio en Gorki provocó una diatriba del coronel
Matvéiev, pero simpatía en su subordinado favorito. El teniente coronel Putin,
de tanto en tanto, expresaba admiración por disidentes como Sájarov o
Solyenitsin. La tarde posterior a la liberación de Sájarov del exilio, sorprendió
a Usoltsev nuevamente. «No olvides —dijo— que solo la obvia superioridad
militar de Occidente puede devolverles el juicio a los amos absolutos en el
Kremlin.»[25] En otra instancia, ya en 1987, le dijo a un médico del Ejército
Rojo que conoció en Dresde que apoyaba la idea de que se celebraran
elecciones para elegir al nuevo presidente de la Unión Soviética,[26] tres años
antes de que eso sucediera. Su ambivalencia ya era evidente. Intuía la
necesidad de cambios políticos y económicos, pero, al igual que Gorbachov y
muchos otros rusos, prefería un cambio gradual, no una reforma radical.
Como muchos otros, no quería que el Estado colapsara.
El jefe del Primer Directorio Principal en Moscú, Vladímir Kriuchkov, se
ajustó pronto a las nuevas ideas de Gorbachov, al menos en apariencia.
Kryuchkov era como Putin en muchos sentidos: un fanático de la aptitud