Page 62 - El nuevo zar
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La caída del Muro de Berlín en noviembre no puso fin a las protestas. Ni
tampoco hizo caer al Gobierno de inmediato. La red de seguridad de la Stasi
permaneció en su sitio, aunque su autoridad comenzó a erosionarse. Tras la
euforia en Berlín, se formaron grupos de oposición que insistieron con sus
exigencias de que hubiera elecciones libres. Las exigencias iban dirigidas a la
misma Stasi. En Dresde, un grupo de oposición organizó una protesta fuera
del cuartel general de la Stasi el 5 de diciembre. Al principio eran solo unos
pocos cientos, pero pronto se les unieron miles. Desde un balcón lateral de la
mansión de la calle Angelika, el equipo del KGB podía ver sin dificultad
cómo la multitud se arremolinaba alrededor del complejo de la Stasi. El
teniente coronel Putin se aventuró hasta los límites del predio para observar
de más cerca. A las cinco en punto, abrumado por el tamaño de la multitud e
incapaz de calmar la situación a causa del miedo, Böhm cedió y ordenó que
abrieran la entrada. Los manifestantes se volcaron dentro del complejo,
deambulando por los edificios que hasta esa tarde solo habían inspirado
miedo. Böhm, aturdido y ceniciento, suplicó calma mientras la multitud
registraba su cuartel general. La toma fue en gran parte pacífica, pero en la
mente de Putin la gente estaba desquiciada, consumida por la locura. Recordó
a una mujer que gritaba: «¡Busquen el callejón bajo el Elba! ¡Hay prisioneros
allí, torturados, y con agua hasta las rodillas!». Sabía que era pura palabrería,
pero solo porque sabía muy bien dónde estaban realmente las celdas de la
prisión.
Había oscurecido para cuando regresó a la mansión. Un nuevo oficial del
KGB de jerarquía superior, el mayor general Vladímir Shirókov, había
reemplazado a Matvéiev tiempo antes, ese mismo año. Shirókov había salido
de la mansión a las nueve de la noche ese día y rondaba por algún lugar de la
ciudad. Mientras la multitud revolvía los edificios de la Stasi, un pequeño
grupo se escindió, dobló en la calle Angelika y se congregó fuera del puesto
fronterizo del KGB: su función y sus ocupantes no eran ningún secreto para
los manifestantes. Un guardia estacionado en un pequeño puesto de seguridad
ingresó como pudo en el edificio para dar informe al teniente coronel Putin,
que era el oficial de mayor jerarquía en la escena, con solo otros cuatro allí.
Estaba enfadado y alarmado; la responsabilidad de las propiedades del KGB
—sus archivos, sus secretos— le correspondía ahora. Ordenó a los guardias
que se prepararan para un ataque[31] y luego llamó por teléfono al comando
militar soviético en Dresde y pidió que enviaran refuerzos para proteger el