Page 66 - El nuevo zar
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LA DEMOCRACIA AFRONTA UN
INVIERNO DE HAMBRE
Fue bastante amargo para Vladímir Putin presenciar el derrumbe del ideal
soviético en Europa y verse impotente para revertir las pérdidas. Sabía que
una Alemania dividida no podía durar, pese a la promesa de Erich Honecker a
principios de 1989 de que el Muro de Berlín seguiría en pie «pasados
cincuenta e, incluso, cien años». Para Putin, lo más importante fue lo que
percibió como una rendición incondicional de la Unión Soviética, seguida de
un retroceso humillante, caótico y catastrófico. «Eso fue lo doloroso —dijo—.
Simplemente abandonaron todo y se marcharon.»[1]
Los hombres y las mujeres con los que había trabajado durante casi cinco
años fueron apartados; sus patronos soviéticos los dejaron a merced de
Alemania Occidental y sus vengativos ciudadanos. Los vecinos y amigos de
Putin perdieron su trabajo de forma abrupta, excluidos debido a su empleo en
la Stasi. La maestra de preescolar de Katia, una oficial de la Stasi, fue
inhabilitada para trabajar con niños. Una de las amigas de Liudmila «lloró por
sus ideales perdidos, por el desmoronamiento de todo en lo que había creído
durante su vida entera», recordaba. «Para ellos, fue el derrumbe de todo: sus
vidas, sus carreras.»[2]
Los oficiales de inteligencia se sentían particularmente traicionados.
Markus Wolf, jefe de inteligencia exterior de Alemania Oriental hasta 1986,
estaba resentido por la indiferencia de Gorbachov después de 1989, aunque
Rusia lo recibió brevemente como refugiado. «No hubo ninguna avalancha de
apoyo de camaradería de parte de nuestros amigos de Moscú durante esos