Page 70 - El nuevo zar
P. 70

Moscú. Su rango y nombramiento normalmente le hubieran hecho merecer un
               departamento  en  Moscú,  pero  no  había  ninguno  disponible.  Con  tantos
               veteranos  de  inteligencia  buscando  vivienda,  iba  a  tener  que  esperar,
               posiblemente durante años. A Liudmila le gustaba Moscú y quería mudarse

               allí, y él comprendió que cualesquiera posibilidades que tuviera de progreso
               solo existían en la capital, no en Leningrado; pero sus leves dudas acerca del

               futuro  de  la  Unión  Soviética  se  habían  reafirmado.  Tras  quince  años,  su
               carrera era poco espectacular y había dejado de ser estimulante. En su último
               año en Dresde, percibió la desorganización de los órganos de poder, la crisis
               de la disciplina, el robo y la ilegalidad dentro de sus propias filas.


                    Se encontró con su jefe y mentor de la antigua estación, el coronel Lazar
               Matvéiev, que entonces tenía una posición en Yasenevo. «No sé qué hacer», le
               dijo a Matvéiev en el grisáceo apartamento del coronel en Moscú. Matvéiev,

               pese  a  todo  su  afecto  por  su  antiguo  subordinado,  no  hizo  nada  para
               convencerlo de que se quedara en Moscú o incluso en el KGB. «Convence a

               Liuda  —le  dijo  en  la  intimidad—  y  marchaos  a  Leningrado.»[16]  Allí  al
               menos  tenían  un  piso  en  el  que  podían  vivir:  el  de  sus  padres.  Los  Putin
               mayores  se  habían  mudado  a  un  lugar  más  grande,  esta  vez  en  la  avenida
               Sredneokhtinsky,  nada  lejos  de  la  academia  en  la  que  Vladímir  había

               entrenado por primera vez luego de unirse al KGB. De modo que aceptó un
               empleo como asistente para asuntos internacionales del rector en su antigua

               universidad,  una  posición  del  KGB  cuyo  propósito  era  vigilar  a  los
               estudiantes y los visitantes. Al fin, iba a ser un agente «encubierto», aunque la
               verdadera identidad de los oficiales en los puestos de ese tipo era, a propósito,
               un secreto mal guardado. No hacía ningún daño que la gente supiera que el

               KGB acechaba en todas partes. Ahora volvía a unirse a lo que Oleg Kaluguin,
               el  antiguo  vicedirector  del  KGB  en  Leningrado,  describió  como  «este

               absurdo, formidable zigurat, esta máquina centralizada hasta el espanto, esta
               religión que busca controlar todos los aspectos de la vida en nuestro vasto
               país».[17]


                    El  rector  de  la  universidad,  Stanislav  Merkuriev,  era  un  físico  teórico
               nombrado a principios del mandato de Gorbachov. Hablaba inglés, alemán y
               francés, y estaba decidido a dar apertura al asfixiante sistema de educación
               superior. Para cuando se produjo su temprana muerte, en 1993, había ganado

               elogios  por  convertir  la  universidad  en  una  de  las  mejores  de  Europa.[18]
               Supo  rodearse  de  profesionales  afines  y,  como  seguramente  sabría,  de  un
   65   66   67   68   69   70   71   72   73   74   75