Page 67 - El nuevo zar
P. 67

meses de estrés —escribió—. Tampoco ellos estaban preparados para lo que
               sucedió. La fraternidad supuestamente eterna por la que habíamos levantado
               las copas durante años era ahora un rebaño abatido.»[3] Horst Böhm, jefe de
               la Stasi en Dresde, se suicidó en su casa el 21 de febrero de 1990, poco antes

               de que debiera prestar testimonio ante una comisión sobre el futuro del Estado
               en  desintegración,  aunque  hubo  rumores  persistentes  de  que  había  sido

               asesinado para impedir su testimonio en un juicio penal contra el despótico
               jefe de Dresde, Hans Modrow.[4] Los alemanes del Este pronto conocieron la
               verdad acerca de la operación LUCH del KGB, sus intentos durante décadas
               por espiarlos. Horst Jehmlich, el asistente de Böhm, se sintió traicionado por

               Putin de forma personal. «Nos engañaron y nos mintieron», dijo.[5]

                    El  KGB  en  Alemania  Oriental  estaba  hecho  un  lío,  en  la  urgencia  por
               destruir  o  eliminar  sus  archivos  de  inteligencia  mientras  interrumpía  o

               encubría sus redes de agentes y sentaba las bases para los nuevos. El último
               jefe  en  Dresde,  el  general  Shirókov,  ordenó  el  traslado  y  la  destrucción  de

               doce camiones llenos de documentos del cuartel general de la división armada
               soviética. Quemaron tantos que el horno diseñado a tal efecto se rompió. Un
               comandante  de  escuadrón  cavó  entonces  una  zanja  en  el  suelo,  echó  los
               papeles  allí  y  ordenó  que  lo  rociaran  todo  con  combustible.[6]  El  teniente

               coronel  Putin  también  quemó  archivos  —«todas  nuestras  comunicaciones,
               nuestras  listas  de  contactos  y  nuestras  redes  de  agentes»—,  pero  él  y  sus

               colegas rescataron los más importantes para enviarlos de regreso al archivo
               del KGB en Moscú. El verdadero peligro era la exposición de los secretos del
               KGB ante Occidente y la OTAN, aunque había poco que pudiera hacer él o
               cualquiera en el puesto fronterizo de Dresde para detener las cosas.


                    Hacia  el  comienzo  de  la  nueva  década,  el  teniente  coronel  Putin  y  su
               cuadro habían recibido  órdenes  de  volver  al  país,  pero  él  tenía  una  última
               misión  como  agente  de  operaciones  de  inteligencia  soviético.  Continuó

               reclutando informantes, tratando de establecer una nueva red de agentes que
               sirviera  como  retaguardia  en  la  democratización  de  Alemania  Oriental.

               Acudió  a  sus  viejos  amigos  y  contactos,  incluido  un  inspector  del
               departamento  de  Policía  de  Dresde  y  un  oficial  de  la  Stasi  llamado  Klaus
               Zuchold,  a  quien  había  conocido  cuatro  años  antes.  Zuchold  lo  había
               acompañado en uno de sus primeros recorridos por Sajonia —incluso antes de

               que  llegara  Liudmila—,  y  lo  visitaba  con  frecuencia.  Al  parecer,  el  oficial
               nunca había trabajado para el KGB hasta después de los sucesos de 1989. En
   62   63   64   65   66   67   68   69   70   71   72