Page 63 - El nuevo zar
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edificio. Un oficial en servicio le dijo que no podía hacer nada porque «no
               hay órdenes de Moscú». Pero prometió preguntar. Como el oficial no volvió a
               comunicarse, Putin llamó otra vez.

                    —Bien, ¿y entonces? —presionó.


                    —Le  pregunté  a  Moscú  —contestó  el  oficial—,  pero  Moscú  guarda
               silencio.

                    —¿Y qué haremos? —preguntó.


                    —Por ahora no hay nada que pueda hacer para ayudar.[32]

                    Estaba estupefacto. Cualesquiera que fuesen sus dudas sobre el destino del
               sistema comunista, seguía siendo un devoto oficial del Estado. Y, ahora, el
               Estado  le  fallaba  en  un  momento  de  crisis.  «Tenía  la  sensación  en  ese

               momento de que el país ya no existía —recordó con cruda amargura años más
               tarde—, de que había desaparecido. Se hizo evidente que la Unión [Soviética]
               estaba agonizando. Se trataba de una enfermedad mortal e incurable llamada

               parálisis: una parálisis de poder.»[33] Se desesperó sobre qué hacer. Incluso
               sin  una  declaración  explícita  que  lo  dijera,  era  obvio  que  la  dirigencia
               soviética ya no tenía intención de apoyar al Gobierno de Alemania Oriental,

               como lo había hecho en 1953, como lo había hecho a la fuerza en Hungría en
               1956,  y  de  nuevo,  en  Checoslovaquia  en  1968.  Putin  no  podía  emplear  la
               fuerza contra la muchedumbre de afuera y, de hecho, no tenía la potencia de

               fuego para hacerlo, en cualquier caso. Pensó en los archivos que tenían dentro
               —los  informes  de  inteligencia  para  el  Centro—  y  en  las  consecuencias

               inimaginables si estos caían en manos de la turba. Los documentos no solo
               delatarían el trabajo del KGB, sino que también afectarían «los destinos de
               personas  concretas»,  aquellas  que  habían  colaborado  con  él  y  sus  colegas
               durante  años,  personas  «que  alguna  vez  confiaron  en  los  cuerpos  de

               seguridad» de la Unión Soviética. Estaba seguro de que se enfrentaría con una
               corte marcial si los archivos se veían comprometidos y, sin embargo, no tenía

               órdenes que detallaran qué podía hacer para protegerlos. Pensó en su carrera
               en el KGB y en su familia, que dependía de él. Intuyó entonces que la Unión
               Soviética iba a colapsar y, con ella, la única vida que él había conocido: su
               servicio como oficial de inteligencia.[34]


                    Fue en ese nadir, cerca de la medianoche, cuando el teniente coronel Putin
               cometió el acto más arriesgado y decisivo que se le haya conocido durante su
               carrera en el KGB. Vestido de uniforme, salió. Si bien guardaba una pistola
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