Page 68 - El nuevo zar
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enero de 1990, en una de sus últimas acciones, el teniente coronel Putin lo
reclutó formalmente y envió su archivo de la Stasi al Centro en Moscú para su
aprobación. Dictó la carta de lealtad de Zuchold al KGB, le dio a su hija un
libro de cuentos de hadas de Rusia y brindó por la ocasión con brandi
soviético.[7] Resultó ser un éxito de corta duración: un año más tarde, luego
de la reunificación de Alemania en octubre de 1990, Zuchold aceptó una
oferta de amnistía y no solo reveló su propio reclutamiento, sino que expuso a
otros quince agentes que habían estado en la red de Dresde del KGB.[8]
La traición de los agentes —y el decomiso del inmenso acervo
documental de la Stasi por parte del BND de Alemania Occidental y su
subsiguiente revelación pública, que también expuso el alcance de las
actividades del KGB— enfureció al teniente coronel Putin. Más adelante, le
dijo a su viejo amigo Serguéi Rolduguin que la Stasi nunca debió haber
entregado sus archivos, nunca debió haber traicionado a aquellos que habían
trabajado como informantes. Rolduguin rara vez lo oía hablar de su trabajo, y
rara vez lo vio tan sensible. «Dijo que equivalía a traición», recordó
Rolduguin. «Estaba muy molesto, extremadamente molesto», pero también
avergonzado y contrito. No había podido ayudar a sus camaradas alemanes
cuando su mundo secreto implosionó. «Lo viví —dijo a Rolduguin— como
una falta de mi parte.»[9]
En febrero de 1990, cajas de embalaje, todas con número y nombre,
llenaban el modesto piso de Putin. El apartamento parecía un trastero. La
retirada del KGB, seguida de la de la milicia soviética, de pronto había
liberado viviendas en Dresde. Jörg Hofmann, un joven cuya esposa tenía
contactos en la Administración de la ciudad, logró obtener el alquiler de la
casa. Luego pasó a visitarlos, mientras los Putin esperaban el servicio de
mudanzas. Las paredes estaban cubiertas con papel de aluminio; las ventanas,
decoradas con recortes de muñecas rusas hechas por las niñas. Los Putin
fueron amables y amistosos; el teniente coronel no dejó entrever amargura ni
ninguna otra emoción. Simplemente, le dijo a Hofmann que se marchaba a
casa.[10] El 1 de marzo, los Hofmann se mudaron allí. En cuatro años y
medio, los Putin habían podido ahorrar algo de la moneda fuerte que él
ganaba, y un vecino les regaló una lavadora. Tenía veinte años de antigüedad,
pero funcionó durante otros cinco años más.[11] Era todo lo que tenían para
enseñar de la carrera de él como agente de inteligencia exterior. Sus
pertenencias fueron embaladas en un contenedor de transporte y enviadas a