Page 69 - El nuevo zar
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Moscú. La pareja, con sus dos hijas pequeñas, abordó un tren también con
               destino a Moscú. En el viaje de regreso, un ladrón se hizo con el abrigo de
               Liudmila y con los rublos y marcos que llevaba.[12]






               Los  Putin  habían  seguido  desde  la  distancia  la  convulsión  de  la  época  de
               Gorbachov —la exaltación pública engendrada por la perestroika y la glásnost
               —  pero,  más  allá  de  sus  expectativas,  lo  que  encontraron  al  llegar  los

               decepcionó.  Luego  de  las  relativas  comodidades  de  Alemania  Oriental,  la
               vida  en  su  país  fue  una  conmoción.  «Allí  estaban  las  mismas  colas

               espantosas,  las  cartillas  de  racionamiento,  los  vales,  los  estantes  vacíos»,
               recordó Liudmila.[13]  Temía  ir  al  supermerecado,  incapaz  de  «rastrear  las
               ofertas  y  hacer  todas  las  filas.  Simplemente,  me  metía  en  la  tienda  más

               cercana, compraba lo más necesario y volvía a casa. Fue horrible». Se habían
               perdido  el  espíritu  de  liberación  política  e  intelectual  de  la  época,  la
               divulgación de las películas prohibidas y las novelas previamente censuradas,

               como El maestro y Margarita, la obra maestra de Mijaíl Bulgákov en que el
               autor  imagina  la  visita  de  Satanás  a  Moscú,  o  Doctor  Zhivago,  de  Boris
               Pasternak.  La  nueva  libertad  para  leer,  debatir  o  pensar  abiertamente  había

               sido  electrizante  para  muchos,  pero  ellos  habían  regresado  a  Rusia  en  el
               momento  en  que  las  reformas  liberalizadoras  de  Gorbachov  comenzaban  a
               deshilacharse.[14]

                    Liudmila  sentía  que  su  marido  «había  perdido  la  conexión  con  el

               verdadero propósito de su vida».[15] Su carrera como oficial del KGB estaba
               en una encrucijada. Era uno en medio de una repatriación masiva de agentes

               de inteligencia llegados desde el exterior, no solo desde Alemania, sino desde
               toda  Europa  Oriental  y  otros  campos  de  batalla  más  alejados  de  la  Guerra
               Fría,  como  Afganistán,  Angola,  Mongolia,  Vietnam,  Nicaragua  y  Yemen.

               Habían  sido  derrotados,  vencidos  y,  efectivamente,  se  habían  quedado  sin
               trabajo:  eran  los  refugiados  desplazados  de  un  imperio  desmoronado.  El
               Centro en Moscú era el destino habitual para los oficiales que regresaban de

               una misión en el exterior. Solo que ya nada era habitual. Durante tres meses a
               comienzos de 1990, Putin ni siquiera cobró su paga. El KGB inicialmente le
               ofreció  un  puesto  en  el  cuartel  general  del  Primer  Directorio  Principal  en

               Yasenevo,  el  complejo  arbolado  y  fuertemente  custodiado  al  suroeste  de
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