Page 68 - Cómo hacer que te pasen cosas buenas: Entiende tu cerebro, gestiona tus emociones, mejora tu vida (Spanish Edition)
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Eduardo. Ella misma se sorprendía leyendo sin parar sobre bebés, lactancia
y maternidad. Se dio de alta en varias páginas web para aprender y estar
más informada. Acudió a grupos de posparto con otras madres, llevaba a su
hijo a masajes y se dedicaba a hablar con otras mujeres sobre la evolución
diaria y el desarrollo del pequeño Eduardo.
Pasaron cuatro meses y llegó el día que tocaba volver a trabajar. Ella, que
siempre había sido una persona con gran empuje profesional, comenzó con
sentimientos de angustia días antes de la incorporación. Al retornar al
trabajo era incapaz de desconectar de su casa, activó en su móvil un
sistema para ver cómo estaba su bebé a lo largo del día.
Cuando se marchaba de casa, surgía en ella un «sentimiento terrible de
culpa» por abandonar a su hijo. Ese pensamiento derivó en un estado de
alerta y angustia por el cual no conseguía rendir en el trabajo. En su mente
se agolpaban pensamientos de culpa y su único deseo era llegar a casa,
abrazar a su hijo y estar con él. Se dio cuenta de que estaba forjando una
relación enfermiza madre-hijo. Un par de meses más tarde solicitó la baja
por ansiedad.
Cuando la veo en consulta por primera vez me doy cuenta de que ha
desarrollado un estado depresivo ansioso derivado de la culpa. Ella nunca
imaginó que podría sentir ese instinto —¡natural por otro lado, pero anulado
en ella tantos años…!— y ahora mismo, cada vez que le surge la idea de
trabajar, miles de pensamientos tóxicos se agolpan en su cabeza,
juzgándose y criticando el hecho de abandonar a su hijo.
Empezamos una terapia para ver exactamente el nivel de angustia que
presenta. Por otro lado, entramos a desmenuzar su interior, su bloqueo y
ansiedad derivados de la culpa. Nos damos cuenta de que proviene de una
familia donde su madre siempre trabajó —estaban separados y el padre
vivía lejos— y nunca ha tenido una relación excesivamente cercana con ella.
Ella explica:
—Mi madre se pasaba el día trabajando fuera, nos dejaba en casa de una
vecina con la que hacíamos los deberes y jugábamos con sus hijos. Pocas
veces me ha dado un beso o me ha dicho que me quiere. Es muy fría,
excesivamente práctica y me juzga con mucha dureza cuando hago algo que
no está bien.
La terapia duró varios meses, hasta que comenzó a aceptar los
sentimientos de apego que estaban inhibidos en ella. Aprendió a entender a
su madre, las circunstancias que rodearon su infancia y a quererla de la
manera que es. Hoy trabaja, con reducción de jornada, y está ilusionada
esperando su segundo hijo.
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