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Marx: doscientos años después (1818-2018)
Por otro lado, Pineau (2007) refiere a un gran cambio
pedagógico y social que “acompañó el pasaje del siglo XIX
al XX: la expansión de la escuela como forma educativa
hegemónica en todo el globo” (p. 27). Siendo la educación un
escenario privilegiado para la reproducción de los paradigmas
vigentes, logra imponerse como una práctica reconocida
socialmente. Hereda, en su conformación e
institucionalización, un supuesto liberador, que remite al
proceso revolucionario que permitió la emergencia de la
modernidad, asumiendo que el triunfo de la razón conduce a
la emancipación.
La educación mantiene tal personalidad, ampliando su
presencia a medida que avanza la modernidad, dice Pineau
(2007) que “la escuela se convirtió en un innegable símbolo
de los tiempos, en una metáfora del progreso, en una de las
mayores construcciones de la modernidad” (p. 28). De tal
suerte que, como parte de las aspiraciones de las naciones en
conformación, establecer sistemas educativos con amplia
cobertura de las poblaciones llegó a representar sus
posibilidades para incrustarse en el desarrollo y el progreso,
así como para alcanzar la soberanía, la mayoría de edad, de la
que habló Kant (2004).
No obstante, en la contemporaneidad la educación ingresa en
una compleja paradoja, asumiendo dos posibilidades: una
capacidad liberadora de la sociedad y, a la vez, un papel
legitimador del orden vigente. Como indica Pineau (2007):
La escuela es a la vez una conquista social y un aparato de
inculcación ideológica de las clases dominantes que implicó
tanto la dependencia como la alfabetización masiva, la
expansión de los derechos y la entronización de la
meritocracia, la construcción de las naciones, la imposición
de la cultura occidental y la formación de movimientos de
liberación, entre otros efectos. (P. 28)
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