Page 148 - El Hobbit
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Thorin  era  un  enemigo.  En  otros  tiempos  habían  librado  guerras  con  algunos
      enanos, a quienes acusaban de haberles robado un tesoro. Sería al menos justo
      decir que los enanos dieron otra versión y explicaban que sólo habían tomado lo
      que era de ellos, pues el rey elfo les había encargado que le tallasen la plata y el
      oro  en  bruto,  y  más  tarde  había  rehusado  pagarles.  Si  el  rey  elfo  tenía  una
      debilidad, ésa eran los tesoros, en especial la plata y las gemas blancas; y aunque
      guardaba muchas riquezas, siempre quería más, pensando que aún no eran tantas
      como las de otros señores elfos de antaño. La gente élfica nunca cavaba túneles
      ni  trabajaba  los  metales  o  las  joyas;  ni  tampoco  se  preocupaba  mucho  por
      comerciar o cultivar la tierra. Todo esto era bien conocido por los enanos, aunque
      la  familia  de  Thorin  no  había  tenido  nada  que  ver  con  la  disputa  de  la  que
      hablamos antes. En consecuencia, Thorin se enojó por el trato que había recibido
      cuando  le  quitaron  el  hechizo  y  recobró  el  conocimiento,  y  estaba  decidido
      también a que no le arrancasen ni una palabra sobre oro o joyas.
        El  rey  miró  severamente  a  Thorin  cuando  lo  llevaron  al  palacio  y  le  hizo
      muchas preguntas. Pero Thorin sólo dijo que se estaba muriendo de hambre.
        —¿Por qué tú y los tuyos intentasteis atacarnos tres veces durante la fiesta? —
      preguntó el rey.
        —Nosotros  no  los  atacamos  —respondió  Thorin—,  nos  acercamos  a  pedir
      porque nos moríamos de hambre.
        —¿Dónde están tus amigos y qué hacen ahora?
        —No lo sé, pero supongo que muriéndose de hambre en el bosque.
        —¿Qué hacíais en el bosque?
        —Buscábamos comida y bebida, pues nos moríamos de hambre.
        —Pero,  en  definitiva,  ¿qué  asunto  os  trajo  al  bosque?  —preguntó  el  rey,
      enojado.
        Thorin cerró entonces la boca y no dijo nada más.
        —¡Muy  bien!  —exclamó  el  rey—.  Que  se  lo  lleven  y  lo  pongan  a  buen
      recaudo hasta que tenga ganas de decir la verdad, aunque tarde cien años.
        Entonces los elfos lo ataron con correas y lo encerraron en una de las cuevas
      más interiores, de sólidas puertas de madera, y lo dejaron allí. Le dieron buena
      comida y bebida en abundancia, pues los elfos no eran trasgos, y se comportaban
      de modo razonable con los enemigos que capturaban, aún con los peores. Las
      arañas gigantes eran las únicas cosas vivientes con las que no tenían misericordia.
        Allí, en la mazmorra del rey, quedó el pobre Thorin, y luego de haber dado
      gracias por el pan, la carne y el agua, empezó a preguntarse qué habría sido de
      sus  infortunados  amigos.  No  tardó  mucho  en  saberlo;  pero  esto  es  parte  del
      capítulo  siguiente  y  el  comienzo  de  una  nueva  aventura  en  la  que  el  hobbit
      muestra otra vez su utilidad.
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