Page 200 - El Hobbit
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La oscuridad se hizo más profunda y Bilbo se sentía cada vez más intranquilo.
      —¡Cerrad la puerta! —les rogó—. El miedo al dragón me estremece hasta los
      tuétanos. Me gusta mucho menos este silencio que el tumulto de la noche pasada.
      ¡Cerrad la puerta antes que sea demasiado tarde!
        Algo  en  la  voz  de  Bilbo  hizo  que  los  enanos  se  sintieran  incómodos.
      Lentamente,  Thorin  se  sacudió  los  sueños  de  encima,  y  luego  se  incorporó  y
      apartó  de  un  puntapié  la  piedra  que  calzaba  la  puerta.  Enseguida  todos  la
      empujaron,  y  la  puerta  se  cerró  con  un  crujido  y  un  golpe.  Ninguna  traza  de
      cerradura era visible ahora en el costado de la piedra. ¡Estaban encerrados en la
      Montaña!
        ¡Y ni un instante demasiado pronto! Apenas habían marchado un trecho túnel
      abajo, cuando un impacto sacudió la ladera de la Montaña con un estruendo de
      arietes  de  roble  enarbolados  por  gigantes.  La  roca  retumbó,  las  paredes  se
      rajaron,  y  unas  piedras  cayeron  sobre  ellos  desde  el  techo.  Lo  que  habría
      ocurrido si la puerta hubiese estado abierta, no quiero ni pensarlo. Huyeron más
      allá, túnel abajo, contentos de estar todavía con vida, mientras detrás y fuera oían
      los rugidos y truenos de la furia de Smaug. Estaba quebrando rocas, aplastando
      paredes  y  precipicios  con  los  azotes  de  la  cola  enorme,  hasta  que  el  terreno
      encumbrado  del  campamento,  la  hierba  quemada,  la  piedra  del  zorzal,  las
      paredes  cubiertas  de  caracoles,  la  repisa  estrecha  desaparecieron  con  todo  lo
      demás  en  un  revoltijo  de  pedazos  rotos,  y  una  avalancha  de  piedras  astilladas
      cayó del acantilado al valle.
        Smaug había dejado su guarida pisando con cuidado, remontando vuelo en
      silencio,  y  luego  había  flotado  pesado  y  lento  en  la  oscuridad  como  un  grajo
      monstruoso,  bajando  con  el  viento  hacia  el  oeste  de  la  Montaña,  esperando
      atrapar desprevenida a cualquier cosa que estuviera por allí, y espiar además la
      salida del pasadizo que el ladrón había utilizado. En ese mismo momento estalló
      en  cólera,  pues  no  pudo  encontrar  a  nadie  ni  vio  nada,  ni  siquiera  donde
      sospechaba que tenía que estar la salida.
        Después de haberse desahogado, se sintió mejor y pensó convencido que no
      sería molestado de nuevo desde ese lugar. Mientras tanto tenía que tomarse otra
      venganza. —¡Jinete del Barril! —bufó—. Tus pies vinieron de la orilla del agua, y
      sin ninguna duda viajaste río arriba. No conozco tu olor, mas si no eres uno de
      esos Hombres del Lago, ellos te ayudaron al menos. ¡Me verán y recordarán
      entonces quién es el verdadero Rey bajo la Montaña!
        Se elevó en llamas y partió lejos al sur, hacia el Río Rápido.
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