Page 74 - El Hobbit
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—¡De acuerdo! ¡Adivina! —dijo Bilbo.
        —¡Las manoss! —dijo Gollum.
        —Falso  —dijo  Bilbo,  quien  por  fortuna  había  retirado  la  mano  otra  vez—.
      ¡Prueba de nuevo!
        —Sss —dijo Gollum más desconcertado que nunca.
        Pensó en todas las cosas que él llevaba en los bolsillos: espinas de pescado,
      dientes de trasgos, conchas mojadas, un trozo de ala de murciélago, una piedra
      aguzada para afilarse los colmillos, y otras cosas repugnantes. Intentó pensar en
      lo que otra gente podía llevar en los bolsillos.
        —¡Un cuchillo! —dijo al fin.
        —¡Falso!  —dijo  Bilbo,  que  había  perdido  el  suyo  hacía  tiempo—.  ¡Última
      oportunidad!
        Ahora Gollum se sentía mucho peor que cuando Bilbo le había planteado el
      acertijo del huevo. Siseó, farfulló y se balanceó adelante y atrás, golpeteando el
      suelo con los pies, y se meneó y retorció; sin embargo no se decidía, no quería
      echar a perder esa última oportunidad.
        —¡Vamos! —dijo Bilbo—. ¡Estoy esperando!
        Trató  de  parecer  valiente  y  jovial,  pero  no  estaba  muy  seguro  de  cómo
      terminaría el juego, ya Gollum acertase o no.
        —¡Se acabó el tiempo! —dijo.
        —¡Una  cuerda  o  nada!  —chilló  Gollum,  quien  no  respetaba  del  todo  las
      reglas, respondiendo dos cosas a la vez.
        —¡Las dos mal! —gritó Bilbo, mucho más aliviado; e incorporándose de un
      salto, se apoyó de espaldas en la pared más próxima y desenvainó la pequeña
      espada. Naturalmente, sabía que el torneo de las adivinanzas era sagrado y de
      una antigüedad inmensa, y que aún las criaturas malvadas temían hacer trampas
      mientras  jugaban.  Pero  sentía  también  que  no  podía  confiar  en  que  aquella
      criatura  viscosa  mantuviera  una  promesa.  Cualquier  excusa  le  parecería
      apropiada para eludirla. Y al fin y al cabo la última pregunta no había sido un
      acertijo genuino de acuerdo con las leyes ancestrales.
        Pero sin embargo Gollum no lo atacó enseguida. Miraba la espada que Bilbo
      tenía en la mano. Se quedó sentado, susurrando y estremeciéndose. Al fin, Bilbo
      no pudo esperar más.
        —Y  bien  —dijo—,  ¿qué  hay  de  tu  promesa?  Me  quiero  ir;  tienes  que
      enseñarme el camino.
        —¿Dijimos eso, preciosso? Mostrarle la salida al pequeño y asqueroso Bolsón,
      sí, sí. Pero, ¿qué tiene él en los bolsillos? ¡Ni cuerda, preciosso, ni nada! ¡Oh, no!
      ¡Gollum!
        —No te importa —dijo Bilbo—; una promesa es una promesa.
        —Vaya,  ¡qué  prisa!  ¡Impaciente,  preciosso!  —siseó  Gollum—,  pero  tiene
      que esperar, sí. No podemos subir por los pasadizos tan de prisa; primero tenemos
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