Page 1141 - El Señor de los Anillos
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—¡Zarquino! —exclamó.
        Saruman se echó a reír.
        —De  modo  que  ya  has  oído  mi  nombre  ¿eh?  Así,  creo,  me  llamaban  en
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      Isengard todos mis súbditos. Una prueba de afecto, sin duda  . Pero parece que
      no esperabas verme aquí.
        —No por cierto —dijo Frodo—. Pero podía haberlo imaginado. Un poco de
      maldad mezquina. Gandalf me advirtió que aún eras capaz de eso.
        —Muy capaz —dijo Saruman—, y más que de un poco. Me hacéis gracia
      vosotros, señoritos hobbits, cabalgando por ahí con todos esos grandes personajes,
      tan seguros y tan pagados de vuestras pequeñas personitas. Creíais haber salido
      muy airosos de todo esto, y que ahora podíais volver tranquilos a casa, a disfrutar
      de la paz del campo. La casa de Saruman podía ser destruida, y él expulsado,
      pero  nadie  podía  tocar  la  vuestra.  ¡Oh,  no!  Gandalf  iba  a  cuidar  de  vuestros
      asuntos. Saruman volvió a reír.
        —¡Él, justamente! Cuando sus instrumentos dejan de servirle, los deja a un
      lado.  Pero  vosotros  teníais  que  seguir  pendientes  de  él,  fanfarroneando  y
      perdiendo  el  tiempo,  y  volviendo  por  un  camino  dos  veces  más  largo  que  el
      necesario. Bien, pensé, si son tan estúpidos, llegaré antes y les daré una lección.
      Una mano lava la otra. La lección habría sido más dura si me hubierais dado un
      poco más de tiempo y más hombres. De todos modos, pude hacer muchas cosas
      que os será difícil reparar o deshacer en vuestra vida. Y será un placer para mí
      pensarlo, y resarcirme así de las injurias que he recibido.
        —Bueno, si eso te da placer —dijo Frodo—, te compadezco. Temo que sólo
      será un placer en el recuerdo. ¡Márchate de aquí inmediatamente y no vuelvas
      nunca más!
        Los  hobbits  de  la  aldea,  al  ver  salir  a  Saruman  de  una  de  las  cabañas,  se
      habían amontonado junto a la puerta de Bolsón Cerrado. Cuando oyeron la orden
      de Frodo, murmuraron con furia:
        —¡No lo deje ir! ¡Mátelo! Es un malvado y un asesino. ¡Mátelo!
        Saruman miró el círculo de caras hostiles y sonrió.
        —¡Mátelo!  —repitió,  burlón—.  ¡Matadlo  vosotros,  si  creéis  ser  bastante
      numerosos, mis valientes hobbits! —Se irguió, y los ojos negros se clavaron en
      ellos con una mirada sombría—. ¡Mas no penséis que al perder todos mis bienes
      perdí también todo mi poder! Aquel que se atreva a golpearme será maldecido.
      Y si mi sangre mancha la Comarca, la tierra se marchitará, y nadie jamás podrá
      curarla.
        Los hobbits retrocedieron. Pero Frodo dijo:
        —¡No  lo  creáis!  Ha  perdido  todo  su  poder,  menos  la  voz  que  aún  puede
      intimidaros y engañaros, si le prestáis atención. Pero no quiero que lo matéis. Es
      inútil  pagar  venganza  con  venganza.  ¡Márchate  de  aquí,  Saruman  y  por  el
      camino más corto!
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