Page 257 - El Señor de los Anillos
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obtuvo anillos encadenados,
       un escudo con letras rúnicas
       para evitar desgracias y heridas,
       un arco de cuerno de dragón
       y flechas de ébano tallado;
       la cota de malla era de plata
       y la vaina de piedra calcedonia,
       de acero la espada infatigable
       y el casco alto de adamanto;
       llevaba en la cimera una pluma de águila
       y sobre el pecho una esmeralda.
       Bajo la luna y las estrellas
       erró alejándose del norte,
       extraviándose en sendas encantadas
       más allá de los días de las tierras mortales.
       De los chirridos del Hielo Apretado,
       donde las sombras yacen en colinas heladas,
       de los calores infernales y del ardor de los desiertos
       huyó de prisa, y errando todavía
       por aguas sin estrellas de allá lejos
       llegó al fin a la Noche de la Nada,
       y así pasó sin alcanzar a ver
       la luz deseada, la orilla centelleante.
       Los vientos de la cólera se alzaron arrastrándolo
       y a ciegas escapó de la espuma
       del este hacia el oeste, y de pronto
       volvió rápidamente al país natal.
       La alada Elwin vino entonces a él
       y la llama se encendió en las tinieblas;
       más clara que la luz del diamante
       ardía el fuego encima del collar;
       y en él puso el Silmaril
       coronándolo con una luz viviente;
       Eärendil, intrépido, la frente en llamas,
       viró la proa, y en aquella noche
       del Otro Mundo más allá del Mar
       furiosa y libre se alzó una tormenta,
       un viento poderoso en Termanel,
       y como la potencia de la muerte
       soplando y mordiendo arrastró el bote
       por sitios que los mortales no frecuentan
       y mares grises hace tiempo olvidados;
       y así Eärendil pasó del este hacia el oeste.
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