Page 272 - El Señor de los Anillos
P. 272
los Dúnedain del Norte, de quienes pocos quedan ya.
—¡Entonces te pertenece a ti y no a mí! —exclamó Frodo azorado,
poniéndose de pie, como si esperara que le pidieran el Anillo en seguida.
—No pertenece a ninguno de nosotros —dijo Aragorn—, pero ha sido
ordenado que tú lo guardes un tiempo.
—¡Saca el Anillo, Frodo! —dijo Gandalf con tono solemne—. El momento ha
llegado. Muéstralo y Boromir entenderá el resto del enigma.
Hubo un murmullo y todos volvieron los ojos hacia Frodo, que sentía de pronto
vergüenza y temor. No tenía ninguna gana de sacar el Anillo y le repugnaba
tocarlo. Deseó estar muy lejos de allí. El Anillo resplandeció y centelleó
mientras lo mostraba a los otros alzando una mano temblorosa.
—¡Mirad el Daño de Isildur! —dijo Elrond.
Los ojos de Boromir relampaguearon mientras miraba el Anillo dorado.
—¡El Mediano! —murmuró—. ¿Entonces el destino de Minas Tirith ya está
echado? ¿Pero por qué hemos de buscar una espada quebrada?
—Las palabras no eran el destino de Minas Tirith —dijo Aragorn—. Pero hay
un destino y grandes acontecimientos que ya están por revelarse. Pues la Espada
Quebrada es la Espada de Elendil, que se le quebró debajo del cuerpo al caer.
Cuando los otros bienes ya se habían perdido, los herederos continuaron
guardando la espada como un tesoro, pues se dice desde hace tiempo entre
nosotros que será templada de nuevo cuando reaparezca el Anillo, el Daño de
Isildur. Ahora que has visto la espada que buscabas, ¿qué pedirás? ¿Deseas que la
Casa de Elendil retorne al País de Gondor?
—No me enviaron a pedir favores, sino a descifrar un enigma —respondió
Boromir, orgulloso—. Sin embargo, estamos en un aprieto y la Espada de Elendil
sería una ayuda superior a todas nuestras esperanzas, si algo así pudiera volver de
las sombras del pasado.
Miró de nuevo a Aragorn y se le veía la duda en los ojos.
Frodo sintió que Bilbo se movía al lado, impaciente. Era evidente que estaba
molesto por Aragorn. Incorporándose de pronto estalló:
No es oro todo lo que reluce,
ni toda la gente errante anda perdida;
a las raíces profundas no llega la escarcha,
el viejo vigoroso no se marchita.
De las cenizas subirá un fuego,
y una luz asomará en las sombras;
el descoronado será de nuevo rey,
forjarán otra vez la espada rota.